Necías E. Taquiri Y.
Como ‘ellos’ hablan de nosotros y ‘nosotros’ hablamos de ellos, aunque mutuamente digamos que ‘por salud mental no nos escuchamos, no nos vemos o no nos leemos; el Día del Periodista no sería solamente el 01 de octubre de cada año, por lo del periódico de Lima, ni el 26 de enero, por el aniversario de los periodistas en Uchuraccay; sino, mejor, todos los días laborables y no laborales del año, por aunque sea razones de mercado (rating) o por la fuerza del morbo (sensacionalismo) que empuja a los periodistas a hablar sobre los periodistas.
De pronto, cuando estamos hablando sobre el Terminal Terrestre, zas, subrepticiamente, metemos a los periodistas que no son de nuestro entorno como co-culpables del latrocinio, ya que ‘nosotros sí, los únicos, los valientes, los puros y los defensores de los intereses del pueblo’, hemos cumplido con nuestra labor, gracias al periodismo de investigación que inventamos y lo tenemos patentado. Por tanto, Martinelli, Huancahuari y los periodistas que ‘no se cuelgan de nuestro trabajo’, son corruptos. ¿Y cómo lo saben, si no escuchan, no leen, ni ven la televisión de la competencia? ¿No será que no se pierden ni un programa, y son ellos los que se cuelgan de nuestras noticias, comentarios, estilos, enfoques, palabras y se copian hasta nuestra forma de pronunciar la “v”, la forma de leer la noticias, y rebatirlos sesudamente, como los pajarracos con los espantapájaros, al centro de la chacra, hasta que los picos se les haga carca?
De pronto, cuando estamos hablando sobre el Hospital de Huamanga, que quedó destruido, maltrecho e inútil, técnicamente hablando y sugiriendo que así lo van a dejar “los muy desgraciados”, tantarantán, se nos ocurre mencionar a los “otros” periodistas (porque nos morimos si no lo hacemos, o todo el día sufrimos de angustia depresiva), por lo que mejor los acusamos de complicidad o de corruptos y seguimos cosechando morbo y sintonía. Ah, como esos periodistas ‘ya dejaron de ser asesores’ (tremendo pecado, para los ‘amarillitos’), hay que decir que “siguen siéndolo externamente, y, snif, snif, siguen cobrando jugosos sueldos pagados con dineros que salen de bolsillos particulares (que deberían ser para nosotros”. Sentada esa hipótesis, a riesgo de equivocarnos y merecer querellas, “podemos seguir hablando de ellos, pedir que los boten de Ayacucho, por estar secuestrando al pobrecito mandamás”. ¿Hasta cuándo? Hasta que corten también la amistad, ¿podría ser, no?
Hablamos de drenaje pluvial, con el mazo dando a medio mundo, y pidiendo cambio de Amaco, Amancio y Amador, porque cualquiera que se parezca al que odiamos, debe ser igual de corrupto como el suponemos y, tirolín, tirolón, turulón, hablen ‘unita más’ sobre los ‘otros’ periodistas; ya que hablando solo de nosotros, tendremos que hacerlo para endiosarnos nada más, y hasta para decir la tontería de que “los medios son los progresistas o los reaccionarios, y no los hombres pensantes, punzantes o bomberos”. ¿No estarán creyendo que si nos vamos a su medio y como el medio es el que determina la calidad de periodistas, nos volveremos sabios como ellos y se acabó la competencia?
Mejor, no sigamos con los contrasentidos. Recalquemos sí la idea inicial: declarar todos los días como los del Periodista, y pampa chawpichampi, agarrémonos cantando, bailando, zapateando, repicando o replicando, a pico o a navaja, durante nuestro Día eterno, como los borrachos que por llamarse Domingo, todos los domingos cumplen años. Ja, je, ji, para que los demás disfruten con nuestras genialidades, motes y aciertos o desaciertos escriptográficos, con nuestras idioteces, incluso, culpándonos los unos a los otros de todas las desgracias del mundo.
Pretextos no faltarán, como acabamos de demostrar en nuestro reciente libro “En broma y en serio, 30 años de periodismo en Ayacucho”, y cada vez que abramos la boca, o demos un paso de caballo laramatino en el parque Sucre, mostraremos nuestra pobre radiografía que, en términos de Guillermo Lumbreras, es igual en todas partes; y nuestras historias, conocidas aunque aparentemos gorduras que no poseemos o falsas gorduras que denotan no una buena alimentación, sino panzas llenadas, sabe dios, con qué insumos.
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