miércoles, 19 de octubre de 2011

CHEHADE: ¿ALMORZAMOS?


Necías E. Taquiri Y.

 
De un tiempo a esta parte, como en los tiempos del latifundio, la molienda o la esclavitud, hasta conversar con los conciudadanos, había sido delito. Fue lo que sentimos en la mirada de un amigo de antaño, que al habernos encontrado en una biblioteca de la localidad –lugar donde acuden todos los que leen libros, revistas o periódicos-, sentados en una misma mesa, con su viejo enemigo ideológico durante la época estudiantil universitaria, de tendencia radical para él, casi se atora con la saliva, y con los ojos que se le ponían de rojo y el cabello en punta puercoespín, negó con un rotundo ¡no!, cuando le invité a que comparta la misma mesa.



Entre jovencitos enamorados que se ponen a pelear estruendosamente y, en ese estado de ánimo inseguro, juran ‘no volverse a juntar, hablar ni compartir nada común, de ahí en adelante’, podría entenderse que así actúen; porque, en la edad todavía de la adolescencia, del odio trágico y las venganzas consecuentes, de la encerrona en el cuarto sin ganas de salir a la calle para no encontrarse con los amigos, el sol y los árboles, que por supuesto no es nada más que el distintivo transitorio de las personas jóvenes hacia la adultez, “así ocurre cuando sucede” (como diría el abuelo Teófilo, ironizando con esas palabras las tonterías que sus nietos cometían por quitarse la sonrisa de las mozas, su compañía, un paseo o el disfrute de una película, “contigo y no con el rival”.

Pero, que a los cincuenta años de edad, con varios hijos mayores, con las canas adornando tu cabeza, y la mitad de tu existencia haber recomendado cien veces a que vivan en armonía con sus vecinos, compañeros de trabajo o compañeros de lucha en la contienda social, sigas actuando como la puta abandonada, y luego creas que los que son tus amigos deben ser enemigos de tus enemigos, eso es simplemente incivilizado, arcaico, chapetón y hasta ridículo. O sea yo, que ando en discrepancias con los colegas docentes de mi trabajo, por cuestiones ideológicas y no por otras razones subalternas (felizmente), ¿ya no debo juntarme con ellos o con los otros que piensan de manera diferente?, o, en este otro extremo, porque discrepo –periodísticamente- con muchos de mis colegas, unos viejos y otros nuevos, en el tratamiento de cualquier noticia, un hecho o un acontecimiento público, ¿ya no debo juntarme, conversar, mirarnos o departir un pollo a la brasa, por temor a que me digan, ajá, te estás juntando con el enemigo y, consiguientemente, eres un traidor o que has cambiado de conducta?

Podría no reunirme jamás con Fujimori, Montesinos o Pinochet, por temor posiblemente a que me manden a fusilar en el menor descuido, o por dignidad, porque estos genocidas han matado a muchos de nuestros hermanos, han vendido la patria, han destruido nuestra identidad al haber introducido herramientas imperialistas como el TLC y por acciones salvajes en contra de la humanidad; pero, a que vaya a almorzar con cualquier individuo de mi pueblo, algunos equivocados y otros confundidos, y hasta convertidos en tontos útiles por desfases o deficiencias intelectuales, ¿no los debo hacer? ¡Creo que no, por dios, creo que no!, por mucho que digan utilizando oportunistamente que “la mujer del César no tiene que serlo, solamente, sino que parecerlo”.

Lo correcto es, en todo caso; primero, que no nos encerremos entre nosotros como miembros eficaces de un ejército mediático mafioso para tumbar personajes, sin juntarnos con los contrincantes del pueblo, porque eso es demostración de que no se quiere debatir con nadie; y segundo, manejándonos con racionalidad, con razón y sin sobrepasarse.

Lo de Chehade, por ejemplo, el Vicepresidente de la República, acusado “por haber ido a almorzar con tal o cual persona”, no tiene peso y sí demuestra persecución política contra alguien que está investigando a los gobernantes anteriores. Que dejen el almuerzo de lado, y pruébese el delito cometido por Chehade, si es que existe. No actúen como les dije que actúan los inmaduros.

No hay comentarios: