Necías E. Taquiri Y.
Sin publicidad es imposible que triunfe cualquier empresa, de cualquier naturaleza, línea o giro de negocios, de servicios y hasta de carácter institucional, con propósitos comerciales o sociales del mundo entero. Esa es una verdad irrefutable, tanto para los países de corte capitalista (y dependientes) y de los pocos países que abiertamente se proclaman no capitalistas u opositores al neoliberalismo. China es un ejemplo –tal vez sui géneris- de lo que se puede hacer con la industria, el comercio y la publicidad, obviamente. Y Cuba no se queda atrás, ni Venezuela, ni Perú.
Todo el mundo tiene que hacer publicidad para hacer conocer al público –sus potenciales usuarios- las bondades de sus productos o servicios, a tal extremo que las propias instituciones del estado –empezando por los gobiernos nacionales- disponen millonarias sumas para hacer funcionar las denominadas oficinas de relaciones públicas o imagen institucional.
En determinadas circunscripciones de la administración pública observamos muy activos, a verdaderos batallones de periodistas que constituyendo enjambres humanos, a cambio de una remuneración no siempre jugosa, para presentar la mejor imagen de los jefes institucionales, en base a sus pocas o muchas acciones realizadas en cumplimiento de sus respectivos deberes.
Todo eso es lícito, en cierto modo, y es la única manera de responder a los retos de la competencia, en todo orden de actividades; pero, aun así, la publicidad tiene que remitirse a decir las cosas con veracidad, si bien puede valerse de adornos, recursos, técnicas o estrategias propias de la creatividad e imaginación humanas. Por decir, si un panadero anuncia la producción de panes “sin bromato”, pero miente, está cometiendo delito pasible a ser sancionado por los que controlan las reglas del comercio.
Del mismo modo, es engañoso –por lo tanto, delictivo-, que se esté difundiendo un texto publicitario más o menos así: “gracias a la minería, a cargo de inversionistas que manejan capital extranjero o por las empresas específicamente extranjeras, chilenas, norteamericanas, españolas, brasileñas o canadienses, las comunidades se encuentran gozando de bienestar, mejorando su educación, recibiendo atención sanitaria y desarrollándose”.
Es un texto fácilmente refutable por las protestas reales de las comunidades campesinas, organizaciones de ecologistas y prensa independiente, por el clamoroso deterioro del medio ambiente (contaminación de ríos con relaves, destrucción de la pequeña agricultura o la de auto consumo, erradicación de sus viviendas con tramposas compras, etc.).
La publicidad infestada de política entreguista, destruye, lo más ancestral, lo más sagrado y vigente de la sociedad peruana: su comunidad andina y selvática. Lo hace para entregar nuestros minerales a empresarios extranjeros diseminados en todo el territorio nacional con el argumento alanista de que son tierras ociosas, y “en vista de que nosotros no tenemos recursos ni capacidad para explotarlos”.
¿Quién puede creer, a estas alturas de la vida, que la actividad minera esté beneficiando a las comunidades, o que les esté asegurando bienestar y felicidad, si por elemental conocimiento de los acontecimientos sabemos que las comunidades están que luchan contra quienes quieren privarles de su tierras, de sus casas, de sus pastos naturales para la crianza de sus ganaditos, de las truchas o bagres que les dan sus ríos, sólo porque lo dice una publicidad posiblemente pagada con los millones que les da la extracción ventajosa de nuestros minerales?
La publicidad así es seducción. Pero no una seducción que perjudique a uno, o a dos, sino a millones de campesinos que con gobiernos más nacionalistas, y al margen de su modelo económico inclusive, podría beneficiarlos a ellos, en primer lugar, con una explotación racionalmente sistemática, rumbo a la industrialización igualmente nacional.
No hay comentarios:
Publicar un comentario