lunes, 12 de septiembre de 2011

¿PRETENDES SER EL MESÍAS?

Necías E. Taquiri Y.

Dice Saramago, que “lo que está pasando es, en todos los aspectos, un crimen contra la humanidad y desde esta perspectiva debe ser analizado en los foros públicos y en las conciencias. Crímenes contra la humanidad no son solo los genocidios, los etnocidios, los campos de muerte, las torturas, los asesinatos selectivos, las hambres deliberadamente provocadas, las contaminaciones masivas, las humillaciones como método represivo de la identidad de las víctimas. Crimen contra la humanidad es también el que los poderes financieros y económicos, con la complicidad efectiva o tácita de los gobiernos, fríamente han perpetrado contra millones de personas en todo el mundo, amenazadas de perder lo que les queda, su casa y sus ahorros, después de haber perdido la única y tantas veces escasa fuente de rendimiento, es decir, su trabajo”.

Frente a esta situación globalizada por el neoliberalismo y por la tecnología de punta, los políticos –o los llamados así- que pelearon por un puesto de autoridad local, regional o nacional, deben tomar una posición concreta con respecto a esos crímenes, a fin de que, luego, muertas nuestras expectativas, no nos salgan con que “a eso, no he venido, sino a trabajar únicamente en el campo técnico” y, por lo tanto, a justificarse con que los yerros son “de los políticos y no de los técnicos”.

Consecuentemente, también los periodistas con algún grado de madurez, entendemos que, si bien no somos dueños de la verdad, en doquier asunto, en todo momento “pretendemos analizar un suceso, una declaración, desmontar un asunto o pasar por el tamiz de nuestros ojos y nuestro corazón, un hecho que nos ha conmovido”, tal como expuso textualmente José Alejandro Rodríguez (Cuba), un maestro del periodismo, en un foro mundial desarrollado recientemente. Lo traemos a colación, a propósito de nuestra opinión, la opinión de los demás y la opinión de los que han cerrado la boca acerca de temas como Plaza Vea, Terminal Terrestre, Concurso Docente, Elecciones, etc.

El autor citado nos enseña sobre los pormenores de la opinión periodística (considerada como un género periodístico), empezando por afirmar categóricamente que: “es algo tan serio que no merece sobarse ni manosearse por cualquier motivo”. Al interior de esa opinión “el hecho o suceso debe ser relevante, insólito, desbordar los relieves y chaturas de la vida común”, porque comúnmente se escriben comentarios y crónicas relativas a temas grises, intrascendentes y existen quienes quieren con un fórceps mental “convertir una cobertura de una plenaria, una reunión, en un comentario”.

Añade: “La opinión requiere tener opiniones. Y las opiniones del comentarista no pueden ser las que se lanzan en una conversación. Deben poseer el sello de la esencialidad, deben conectar lo fenoménico y lo fáctico con las esencias. Ir de lo particular a lo general y viceversa. El ejercicio de la opinión debe asentarse en un lenguaje sencillo y a la vez hermoso y sugerente”.

Por otro lado, “el comentarista debe tener un sello muy personal. Un estilo muy particular. Debe dejar su huella y su alma en lo que aborda. El sesgo de su personalidad debe ¡estar! No debe empezarse en el periodismo por los géneros de opinión. Esos son géneros de madurez, después de que se ha hecho mucha nota informativa. Primero hay que vivir intensamente la vida, la nota al cierre, para después comentarla. No quiere decir esto que un buen día se inicie el comentarista”. Y reitera: “No todo el mundo tiene que ser comentarista. Hay excelentes reporteros, entrevistadores, que no tienen que amasar una reflexión para dar su valía profesional”.

 Finalmente dice: “la opinión, más que un género, es una actitud en la vida y en el periodismo, y hay que sostenerla con mucha ética profesional, con limpieza humana, y una consecuencia en la conducta. El comentarista es un líder de opinión, y los lectores no perdonan las decepciones”. “La opinión, mientras más se concentre en algo muy específico, su hendidura será mayor. Aquí, el que mucho abarca, poco aprieta también”. “La crónica, esa versión sensitiva y sensible de la opinión, es un arma de doble filo, una cuerda floja que no siempre se vence. No se puede premeditar, ni planificar. No se puede siempre “acreditar para que hagas la crónica”. La emoción —que tiene mucho de razón— no se prepara”.

“El lenguaje altisonante, la supuesta poesía a priori, abortan la crónica. La emoción está en la sencillez, que no es simpleza: puede haber símbolos, metáforas, contrastes, descripciones, si todo es auténtico y creíble, funciona. Si desborda el buen gusto y cae en la cursilería, desespera. La sabiduría es tener un eficaz detector del buen gusto”. “El comentarista debe ser audaz, y sostener sus criterios propios, sin palideces, pero tampoco debe ser absoluto. Siempre hay que dejar espacio a la opinión diferente, y no pretender ser el Mesías de la verdad”.

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