jueves, 1 de septiembre de 2011

¿LE CUIDO SU AUTO, O ‘SE LO ROBO’?

Necías E. Taquiri Y.

Como el parque automotor está hecho los mil demonios, debo reconocer que hay que acomodarse en sus vericuetos y sonreírle al jefe de todos los desatinos. ¿Qué significa eso? Pues, que a los magros soles de nuestro presupuesto hay que sacarle unos soles más, para pagar a los cuidadores de carros, aunque ellos mismos terminen siendo, al final, los que te han robado las piezas de tu vehículo, para rematarlos en la cachina.

Todos los días ocurre igual: si vas a la DREA (la casa del jabonero), a tres o cinco cuadras, pagando un sol a la verdulera de la esquina puedes estacionarlo por un tiempo prudencial de treinta minutos, porque si es más, a tu vuelta no estará la verdulera y nadie que te diga cómo te birlaron el espejo, una llanta o el carro entero.
Si vas a la farmacia, una súplica angelical tendrás que pedir al policía de turno, “volando, volando, o te meto una multa de trescientos nuevos soles o te detengo por ‘faltamiento’ a la autoridad”, que por supuesto nunca has cometido; pero, ¿quién te va a dar razón, si no luces ni un solo ‘galón’, de esos que ostentan los suboficiales de segunda?

Ahora, si la quieres barata, lo estacionas a veinte cuadras, rezas el mismo número de padrenuestros y lo dejas con el riesgo de encontrar tu vehículo con ene rayas propiciadas por algún loco, con el espejo torcido, sin el logo o chocado por delante o por detrás.

Algún día, te encontrarás con un par de uniformados mal encarados y una dama de azul, tras haberle puesto papeleta, fierro y cadenas a tu vehículo. No entenderán nada: “mire jefe –mostrando la receta- solo vine a comprarlo en la Farmacia”. “Poco o nada me interesa, la norma es la norma”. No sé por qué, pero pensé en Amílcar, mi paisano.

En fin, ¿para qué les cuento más, si los propietarios de los vehículos que se utilizan no como elemento de lujo, sino de herramienta de movilidad, saben más que yo, la peripecia psicológica que tiene que vivir, el que ha cometido el pecado de comprarse un carrito, aunque sea para pagarlo en 60 meses, con la mitad de su sueldo?

¿Para qué pienso, además, en Amílcar, Pánfilo, Gerardo o Germán, alcaldes de la municipalidad, si los pobrecitos no pueden ordenar ni sus puertas, ordenar las calles, acomodar ambulantes?

Hablando de ambulantes, ese otro adorno de esta maravillosa sociedad, confieso que soy de las personas que defienden la labor de quienes así se ganan la vida, realizando diversos tipos de tareas; pero no apruebo a esa gente que hace de sus necesidades una bandera blanca para salirse con la suya, a costa de los demás, vendiendo gato por liebre, comida sucia, medicina bamba, utilizando términos lumpen, recurriendo a la mala cualquier argumento, por ejemplo diciendo que son pobrecitos drogadictos arrepentidos?

Dicen bien que “el mercado es libre y de todos: se puede vender baratijas, hacer malabares en los semáforos, cuidar autos, ofrecer lavados rápidos, repartir estampitas con bolígrafos y hasta ofertar oraciones por la salvación del alma ajena; pero, todo debe ser realizado en el marco del respeto al otro, sin atropellos ni exigencias amenazantes”.

En cuanto a la autoridad, no es pues de lucir el terno, la chapa, el uniforme o el grado, la autoridad es un atributo que se gana con hechos y por la buena. Sobre su inteligencia no quiero hablar, algunas hormigas se molestarían, si los comparamos con ellas. Ganas no nos faltan, solo que nos controlamos.

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