martes, 13 de septiembre de 2011

¿HAY QUE MORIR PARA VIVIR?





Necías E. Taquiri Y.

Pocas veces voy a la iglesia, por razones de concepción que tengo sobre la religión, sin que por eso deje de respetar a quienes sí lo hacen aquí en Ayacucho, algunos con moderación, otros con exageración o hasta con hipocresía, como he comprobado tras conocer a hombres y mujeres que aparentemente están entregados a dios, porque comulgan todos los domingos, se hincan de rodillas en cada misa y, en fin, fungen de servidores del señor, durante Semana Santa y todas las otras semanas religiosas que van de enero a diciembre.

Pero, lo que venía diciéndoles es que voy a la iglesia, pocas veces, por los eventos que ahí se desarrollan o los acontecimientos de toda índole, desde lo personal, familiar, institucional, político o protocolar. Verbigracia el matrimonio de algún conocido, el bautismo del vecino, la muerte de una persona cercana, nos lleva a ese escenario, como nos llevaría a compartir cualquier desfile, reunión social protocolar o fiesta de arraigo huamanguino, cangallino, huantino o huancasanquino, sin que nos fanatice el lugar o el acontecimiento.

Entonces, lo de ayer, en la capilla del Asilo de Ancianos, fuimos por Lino Hinostroza Luyo, cuya misa de cuerpo presente se desarrolló con masiva asistencia (la gente no cabía y tuvo que resignarse a escuchar la misa a medias, en los pasillos y en los jardines), bajo la batuta del sacerdote Percy Quispe Misaico, quien lo hizo inolvidable, emocionante y especialmente, porque el ‘homenajeado’ era el médico que nos juntó a todos sus conocidos, beneficiarios o amigos, por haber sido el mejor de todos.

Concluida la misa, tras una homilía muy sentida, especialmente inspirada y socialmente significativa, le alcancé a decir a Percy, cuando empezaba la marcha hacia el Cementerio, “fue una misa hermosa, casi me haces llorar”. Y, es lo que percibimos, también en el semblante de los que prestaron a las palabras de este curita que además compartió mil anécdotas con el gran médico materia de este comentario.

Ciertamente fue una despedida muy hermosa. Merecida, seguramente, aunque no sé si reparadora o dadora de paz y descanso para Lino (porque esa parte no me la creo, y prefiero concordar con el autor del huayno ‘Amor Amor’, y con El Puquiano de Oro, cuando exigieron que los homenajes se den en vida y no después. Una misa que me hubiera gustado lo viera el Doctor. Una misa que ojalá haya remecido el corazón de algunos médicos para imitarlo de aquí en adelante, a riesgo de mermar el mercantilismo que se apodera del oficio de curar y salvar vidas, para morir así querido por la sociedad, convertido en orgullo y satisfacción moral de sus herederos.

Recuerdo entonces, ahora que pienso en la orfandad de la UCI, las palabras de Lino: “Profesor, yo no soy eterno; no sé qué va a ser de este servicio cuando no esté. He invitado a varios de mis colegas, pero me lo han negado muy sutil y decentemente que no podían, por sus estudios, por sus clínicas, por su familia”. Qué desazón siento porque no haya formado escuela con varios médicos hechos a su medida, a su ejemplo y semejanza suya. Un de misa decía “hay que morir para vivir”, y lo estamos comprobando. Lino ha tenido que morir y para vivir por siempre, convertido en modelo. Ojalá sus seguidores no se dejen esperar y se muestren muy pronto. Adiós doctor.

1 comentario:

COCOA dijo...

MUCHAS VECES LO PARADOJICO DE LA MUERTE ES QUE UNO SE HACE INMORTAL.

INMORTALES SÓLO SON LOS GRANDES COMO HINOSTROZA LUYO.