Necías E. Taquiri Y.
La experiencia está demostrando que aquí en Ayacucho existe, como en Lima, Ucayali o Tacna, un periodismo lumpen; aunque -por su lenguaje sibilino, sus poses democraticoides, su lenguaje populechero, y su cotidiana autoalabanza-, no lo parezca.
Así tenemos que, si tomamos en cuenta lo que leemos, escuchamos o vemos, a través de todos los medios de comunicación social, es evidente que cada día avanza en forma peligrosa el periodismo amarillo que, en forma categórica, no es sino el periodismo lumpen.
El periodismo amarillo es el practicado por aquellos sujetos que confunden libertad de prensa con libertinaje. Por lo consiguiente, no tienen barreras para decir lo que se les ocurre, insultar a cualquier ciudadano incluso desconocido o al amigo que osó cuestionarlos, sin mayor conocimiento de causa y peor aún, escasos de todo razonamiento.
De esa manera enlodan la honra ajena. Para ellos no cuenta la dignidad de la persona humana. El resultado se extiende más allá de su enfermizo afán de notoriedad o de audiencia. La colectividad ciudadana también sufre las consecuencias. Ante la afirmación infame o el rumor tendencioso de tales pseudo periodistas, la población resulta siendo afectada y empujada a lo peor, con la consecuente pérdida de valores y principios.
Este periodismo lumpen, en clara demostración de su matonería, adjudica delitos que no han sido comprobados. O amenaza con restarle apoyo a quien lo necesita, bajo el supuesto de que algún día tendrá más poder del que ahora tiene.
Nos preguntamos, ante el avance desmedido del periodismo lumpen, si estamos frente a una gavilla de sicarios encargados de eliminar mediante la prensa a quienes no piensan como ellos. O, a lo mejor, estamos ante ‘cárteles’ que pretenden drogar con sus infamias a determinado sector de la población ávida de dar rienda suelta a su morbo. Porque son tan morbosos, tan chismosos, tan placeros, estos periodistas amarillos, que se meten debajo de las camas para ‘denunciar’ intimidades o inventar delitos con tal de ganar atención de un sector de la población que gusta de estos magalicismos o laurabocismos, como diría un entrevistado nuestro hace poco en Radio “Atlantis”.
El periodismo amarillo no respeta el bien común, los antecedentes históricos, las costumbres, las normas y las instituciones. Atenta contra todos esos valores, contra esa idiosincrasia sin fundamento alguno y lo que hace es destruir a la propia sociedad, es decir, a ese conjunto de hombres y mujeres que pueblan el territorio ganado por sus antecesores.
El periodismo amarillo no sabe que todo ser humano tiene derecho a la discrepancia. Que nadie piensa igual que el otro, porque así es la naturaleza de la persona humana. Los mismos cambios vividos a lo largo de los siglos, son fruto precisamente de encuentros y desencuentros. Las grandes revoluciones constituyen los testimonios más elocuentes, y así, con personas que piensan diferente, pero conviven en un mismo país o en una misma sociedad, el mundo sigue avanzando en procura del perfeccionamiento de las formas de vida.
Pero aquellos que practican el periodismo lumpen, que por supuesto no entienden ni papa de estas cosas, y jamás han de ser revolucionarios ni por casualidad, ni siquiera reformistas, sino chismosos, malévolos hasta su tumba final, no saben el daño que le hacen a la sociedad. La estupidez les acompaña.
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