miércoles, 7 de septiembre de 2011

ALTO FUNCIONARIO, BAJO DESTINO, ‘TACA WARA’

Necías E. Taquiri Y.

¿Y qué fue de ese funcionario que entonces se creía el amo del mundo, ninguneaba a sus semejantes, respondía a las preguntas de costado –nunca mirándole a la cara del interlocutor-, cambiaba de corbata tres veces al día, le lustraban los zapatos tipo espejo cada dos horas, le tenía kurkunchu al chofer con sus idas y venidas con vehículo oficial de su casa a la oficina y de la oficina a su casa, separadas apenas por cinco cuadras y, so pretexto de estar gestionando, viajaba dos veces por semana a la capital, por avión y se alojaba en el Sheraton –que entonces era un hotelote-, pese a tener casa propia en uno de esos barrios pitucos? 

Cuando concluyó su gestión causó tal alboroto que, en mi condición de aprendiz de escritor, no supe distinguir si eran más los empleados que se alegraban porque se fuera o los superaban los que estaban tristes, porque él los había colocado en sus actuales puestos, porque ninguna de las oficinas mostraban la ‘naturalidad’ de otros días, ya que hasta las secretarias dejaron de pintarse las uñas, los hervidores dejaron de silbar, los teléfonos quedaron mutis y los jefes de segunda y tercera categoría no sabían si debían firmar todos los documentos que ‘dormían’ en sus escritorios o meterlos al costal para que ‘desaparezcan’. 

Su señora esposa (cuyo nombre no interesa, ni viene a cuento), que durante años se había convertido en su asesora principal, en jefa de jefas, y con quien los chupis tenían que portarse de lo lindo para ir escalando puestos o para simplemente mantenerse en el cargo, me contaron que un día antes del cese de su marido, se había atacado de nervios y después de cinco desmayos tuvo que ser internada en el hospital, de donde habría salido en silla de ruedas, hemipléjica, con pocas posibilidades de comunicarse verbalmente y sin destino conocido. 

Una hija suya, que por esas cosas de la vida se había convertido en empleada de alto nivel, sin que nadie la haya podido probar nepotismo, se quedó todavía dos años usufructuando del supuesto derecho de haberse ganado ‘limpiamente’ la plaza; pero, después, sin que medie aparente explicación, cuando ya todo el mundo daba por hecho de que se quedaría –claro, soportando miradas despectivas y una suerte de conmiseración-, desapareció del escenario, no sabiéndose que haya presentado ni una lacónica carta de renuncia. Abandonó el trabajo y dicen que por ahí, creo por el norte o la capital, se gana la vida vendiendo libros.

¿Y ese funcionario que fungía de amo, después de papirriqui? 

Parece ser que –a lo Napoleón o a lo Fujimori-, se ha quedado con el complejo ese de seguir siendo el amo del mundo, que da órdenes a todos, que sigue dándose el lujo de mirar para abajo aunque los otros posean mayor altura física, y él, enano, apenas arrastra las piernas, sin que nadie le repare, y sus propios hijos lo abandonaron, con las justas en las mañanas se desayuna en los denominados ‘agachados’, motivando a que los eventuales ‘pensionistas’ lo califiquen de “alto funcionario, bajo destino, taca wara”.

En la calles de Huamanga, nadie lo saluda, incluidos aquellos que por él consiguieron trabajo. No lo adulan, como antes. Cuando sube a un mototaxi –sin embargo-, que todavía puede, y pagar con su pensión, el pobre ex funcionario se transforma y, tal vez recordando cómo trataba a sus choferes personales, ordena al conductor, con aires de amo, que lo lleve a toda velocidad. Algunos sonríen y se hacen como que le obedecen sumisamente hasta su casa, otros lo mandan al diablo y lo botan considerándolo loco. Dicen que a las cuatro de la mañana, sin un alma que le alcance un vaso de agua para calmar su sed, en su máxima lucidez se arrepiente de todo el mal que hizo, pero comprende que ya es muy tarde para cambiar.

Así terminan algunos funcionarios que no supieron entender que todo en la vida es transitorio, y que los cargos mal ejercidos te destinan a usar taca waras, sin lavar, planchar ni parchar.

1 comentario:

Wilson L. Velazco Soto dijo...

Muy buena nota, Señor Takito, se debería convertir en un libro o un cuento esta historia, así como "pako yunque" y ser usado como una lección en la formación de nuestros hijos.