Necías E. Taquiri Y.
Si a usted no le han robado todavía, agradezca a su buena suerte o a Dios, si cree en él, y pídale que no le pase lo mismo que a muchos de nuestros compoblanos porque, como si una plaga de malditos hubieran llegado a la ciudad, se están llevando todo lo que pueden, a punta de cuchillo, pistola, puñetes o puntapiés, de las casas, de los vehículos en que viajan, de los que dejan estacionados, de oficinas, tiendas, mercado de abastos, etc., ¡sin que los policías, serenos o guachimanes puedan hacer absolutamente nada!
¿Y de dónde han llegado estos ladrones, que han superado en maldad a los habituales y hasta pintorescos o tradicionales ladrones de gallinas, de un puñado de productos de pan vivir, de una que otra prenda de vestir o de los diez o veinte soles que arrancaban a los descuidados paisanos?
¿Por qué son tan avezados estos delincuentes que, al verse descubiertos, no tienen el menor reparo en herir o matar a sus víctimas, como si no poseyeran un ápice de remordimiento, cual si fuesen animales salvajes u hombres sin alma, sin padres, sin hermanos, sin hijos o sin familiares, porque quienes los tienen, miden sus acciones y se compadecen de los demás?
¿Por qué no roban estos ladrones a aquellos que poseen bienes, riquezas y futuro asegurado, porque son multimillonarios, y prefieren perjudicar justamente a los más pobres, a los desprevenidos hombres de trabajo que, con el sudor de sus frentes y con años de sacrificados ahorros compran sus pocas pertenencias para vivir con cierta comodidad?
¿Vamos a quedarnos con las manos cruzadas –socialmente hablando-, mientras no nos toquen ser víctimas a nosotros mismos, tras habernos enterado que a las diez de la noche, las cinco de la tarde, en una madrugada cualquiera, o doquier tiempo del día, desvalijen negocios enteros, vacíen la casa del vecino, del pariente o simplemente de nuestros conciudadanos escogidos por estos delincuentes?
Estas son algunas preguntas que repican el cerebro, tras enterarnos cada día, que ‘manos misteriosas’ se llevan la batería de un carro, las llantas, las radios, llaves de repuesto (o el carro mismo), mientras sus propietarios dejaron sus vehículos para apenas tomar desayuno, entregar un documento o comprar algún producto, en cuestión de minutos, con la maestría que no poseían los ladrones comunes y corrientes. Y de las cosas que se llevan de las casas, de las pequeñas tiendas de artefactos o bodegas, de las oficinas de instituciones, etc., ni qué decir, cargan con todo lo que pueden, los trapos viejos y hasta recogedores, como los mismísimos bárbaros, dejando en ruina a sus propietarios que, además de torcerse las manos de desesperación y orar ante sus dioses, no saben a quiénes recurrir.
Plantear lo de Fuente ovejuna, tal vez no sea prudente en estas circunstancias, sugiriendo que nos organicemos por calles, barrios o distritos, y capturemos a esos delincuentes para darles su merecido, porque están diezmando lo que nos cuesta, pero es coherente que exijamos a la PNP, Gobernación, Municipalidades, con sus jefes a la cabeza, a que respondan organizadamente, aunque sea decretando toques de queda o estados de emergencia, porque tampoco vamos a quedarnos con las manos cruzadas, lamentando, mientras los delincuentes hacen de las suyas. Insistimos: ¿de dónde han venido estos ladrones?
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