jueves, 18 de agosto de 2011

SÍ TENEMOS EN QUÉ AFERRARNOS

Necías E. Taquiri Y.

Concordando con J. Montero Tirado, un religioso paraguayo que hace prensa sobre asuntos de educación y con quien tuvimos la oportunidad de intercambiar opinión; con Fernando Larenas del Ecuador, a quien lo citamos algunas veces; con Guido Pizarroso de Bolivia, que es excelente cuando analiza temas incluso peruanos, y muchos otros estudiosos de la educación latinoamericana y mundial, a quienes estudiamos comparativamente, especialmente tras haber conocido la situación educativa cubana y finlandesa, y, claro, tras haber escuchado a nuestros hermanos mayores que tienen experiencia de vida; afirmamos que la única forma de asegurar en un futuro muy próximo con ciudadanos de bien, esto es, con hombres y mujeres honrados, laboriosos, solidarios, responsables, identificados con las masas, antes que con la panza personal, es atendiendo integralmente a la familia.

¿Qué supone aquello? Pues, crear todas las condiciones habidas y por haber para que la familia se constituya en base al amor, al respeto mutuo entre los cónyuges, a la comprensión de que se unen en matrimonio o convivencia para juntos afrontar las dificultades de la vida, para formar responsable y amorosamente a los hijos que de esa unión puedan surgir, que inevitablemente garantizará con el crecimiento de ellos y su consecuente consagración como ciudadanos, en la construcción más sana, sólida y solidaria de la sociedad toda.

Además, poner énfasis en la importancia y atención de la familia –ese núcleo básico de la sociedad que se menciona en los libros de educación cívica o ciudadana- significa, por parte del estado, la asunción de una serie de mecanismos prácticos para darle trabajo digno al padre o la madre, con sueldos y salarios suficientemente amplios para que sin apuros puedan educar a sus hijos, garantizarles buena salud, prodigarles distracciones limpias y evitarles todos los maltratos psicológicos.

Familias constituidas así, con padres y madres que no estén lamentando su paternidad casual, a modo de justificación a la desatención de su prole; con funcionarios de los sectores salud y educación que se desvivan por obtener presupuesto suficiente para crearles hospitales y escuelas que acojan a los miembros de la familia con amplitud, calidez y recursos suficientes para garantizarles esos derechos; con ejemplos de amor a la unidad familiar, antes que a los liberalismos machistas, etc., posibilitarán que estos ciudadanos, cuando asuman cargos o responsabilidades sociales, nunca se atrevan a dañar a un trabajador humilde, digamos en sus remuneraciones o en la atención de sus derechos, porque sabrán que al quitarles un nuevo sol de sus manos, les están quitando un pan de la boca de sus hijos.

En otros países donde la educación y la salud pasaron a ser la niña de los ojos de su sociedad, se consulta a la familia su manera de hacer educación y las formas efectivas de preservar su salud. La familia avanza de la mano con la escuela o, al revés, la escuela funciona en tanto y en cuanto le recomienda la familia qué necesitan sus hijos de esta institución. Una unidad de acción escuela y hogar que en Argentina empieza a tomar fuerza, en Venezuela a la usanza de Cuba o en Finlandia bajo la égida del protestantismo.

Entonces, todo aquel que atente contra la familia no solo debe ser castigado por la legislación civil, sino por la sociedad misma con sus mecanismos propios, como el ridículo para los padres que engendran criaturas fuera del hogar y los abandonan, a quienes en otros lugares no se les podría confiar ni el cuidado de vacas, menos la conducción de instituciones o países. ¿Cómo pues confiar el cuidado de millones, si este mal padre abandona a su propio hijo? Si cuidamos el sentimiento familiar, su unidad de amor, el respeto eterno a padres e hijos, o el amor entre hermanos, será más fácil confiar en personas así formadas para que asuman responsabilidades mayores dentro de la sociedad. Ése es el mensaje del presente comentario.

A honrar a la familia, honrar el apellido, santificarla, para mejorar la educación, la sociedad, el país. Todo aquel que atente contra ella (la familia) no tiene derecho a nada, menos a conducir instituciones o países, en la condición que fuere. El que es jijuna con sus hijos, no es sino un redomado jijuna con los habitantes del país, que, dicho sea de paso, no son sus hijos. ¿Qué sentimientos nobles pueden tener ese tipo de bestias?

No hay comentarios: