martes, 30 de agosto de 2011

NUESTRO DESTINO: SEGUIR LUCHANDO



Necías E. Taquiri Y.

Si creemos en el destino, ese es el que nos encargamos de construirlo. Y el de los pobres es luchar, luchar y luchar. Por eso los feriados largos de fin de semana, a nosotros no nos sirven de ocio, porque nos alejarían de los objetivos de esta humana sobrevivencia.

Es que los hombres, a diferencia de los otros seres vivos, diseñamos mentalmente nuestro futuro, es decir, nuestro destino. Planificamos de acuerdo a nuestras posibilidades una profesión, para pasar a pensar que, con esa profesión, buscaremos un trabajo, y recién casarnos, tener hijos y cumplir con nuestro rol social. Si somos previsores, también planificamos nuestra vejez y, en demostración palmaria de que, así como existimos, somos conscientes de que dejaremos de hacerlo, porque moriremos.

En consecuencia, desde la edad de la razón sabemos que tenemos deberes que cumplir, mientras pasamos por esta vida, que cósmicamente es fugaz, tan breve como el paso de las cometas en noches oscuras a nuestra vista. Una de nuestras funciones es actuar, mientras integramos organizaciones. Es en ese transcurso cuando consumamos logros, realizaciones, en fin, sueños, porque está demostrado que sueña el individuo y sueñan los pueblos. ¡Cuántos sueños ayacuchanos, por ejemplo, hasta ahora no realizados!

Es que los sueños –y esto es algo que debemos entender- no se realizan por sí mismos, porque rezamos o por fe, solamente. Requieren de prolongados y sacrificados trabajos que deben ejecutarse renunciando al ocio, a la vagancia o la holgazanería individual y social. Eso supone, despliegue de esfuerzos, energías, entregas y hasta renuncias que se tributan a cada realización.

La voluntad de querer, por ejemplo, un Hospital Moderno, una Facultad de Medicina, diez colegios del tamaño del Mariscal Cáceres, un Mercado Modelo en zona alejada del centro de la ciudad, de contar con una población acostumbrada a la higiene, con conductores de vehículos que respetan reglas, etc., no es suficiente si no juntamos nuestra voluntad a otras voluntades. Es necesario que se comprenda a la familia y a la escuela, a la institución y al estado, como laboratorios previos y permanentes de construcción de la personalidad de los individuos, y la personalidad misma de los ayacuchanos como sociedad. En esos ámbitos sociales es que hay luchar contra los defectos, las malas costumbres, las fiestas religiosas, que no sirven para nada, las borracheras sociales que tampoco ayudan y contra la ociosidad, por degenerar caminos. El simple uso de la ciencia y la tecnología, sin esa voluntad y capacidad de trabajo de masas, sirve de adorno o de alabanza, pero no para el éxito social.

En tanto que el Estado y la sociedad tienen el deber de ser los encargados de crear las condiciones para que, desde la más tierna edad, la persona humana desarrolle los atributos que requerirá en el futuro para elevar su calidad de vida, y no promoviendo la haraganería, como con estos feriados largos de fin de semana que anulan la voluntad del individuo y la sociedad por trabajar.

Si sumamos a todo eso, la política de dádivas en un país en crisis, como es el nuestro, estamos sumando para terminar en el absurdo, debido a que, la mendicidad, el fácil logro de un pan para matar el hambre del momento, impide la imaginación de la gente que tenía antes, durante 500 años, por trabajar para resolver sus problemas. Por eso, los gobiernos deben memorizar (aunque sea) el apotegma: “No se puede ayudar al hombre permanentemente, haciendo por él lo que pudiera y debiera hacer por sí mismo”.

Luchar, investigar, aplicar y transformar, es el sino de la humanidad.

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