Necías E. Taquiri Y.
Para el próximo aniversario de Huamanga, cerca cada vez al Bicentenario de la Independencia Nacional, deberíamos presentarla como una de las más bellas del país. Por lo pronto, sus históricas calles, del casco urbano y de sus distritos conformantes, deben estar libres de baches, grietas, jorobas y rompe-muelles anti-técnicos que se les ha ocurrido a las autoridades y vecinos, por razones de defensa o desesperación.
Y deben desaparecer, naturalmente, los perros que defecan, asustan y muerden en las calles, junto con la otra imagen de aldea que se muestra con todo tipo de locos, mendigos, ancianos y niños que estiran la mano, duermen en los portones o amenazan a los transeúntes hasta por las puras. Esos ‘monumentos’ de la baja calidad de salud mental de la población ayacuchana, deben de concentrarse en algún local para recibir el tratamiento humanitario y el cuidado de una sociedad meridianamente civilizada.
Conmemorar nuestro aniversario todos los años sin mayores cambios, como si los habitantes de Ayacucho nos hubiésemos resignado a vivir como fuere, sin alcanzar mejor calidad de vida, con los sempiternos problemas de hace cincuenta años: calles envueltas en nubes de polvo y de humo negro, convirtiéndonos en los hechos en una de las capitales regionales más contaminadas del país, con las denominadas calles peatonizadas peladas de verdor; con plazas que están pidiendo a gritos remodelación y remozamiento, es una vergüenza para todos.
Cuando digo todos, obviamente nos referimos a los miles o cientos huancaínos, andahuaylinos o iqueños que se han apoderado de nuestra tierra, pero han hecho poco o nada para demostrar su agradecimiento, salvo haberse preocupado por sus éxitos comerciales y profesionales personales y familiares.
La iluminación de la ciudad deja mucho que desear, empezando por la plaza principal y las otras que se encuentran en los cuatro distritos. La carpeta asfáltica está que se hunde. La ciudad está carcomida. En lo que va el 2011, la ciudad no ha progresado para nada, en nada.
El Drenaje Pluvial es huachafo, sin estética, sin seguridad. Con tanta plata, debió ya parecerse a alguna avenida de Chile, Argentina o Lima. Y así, da pena ver cómo se siguen haciendo obras improvisadas en la ciudad. Sin pasos a desnivel que deberían corresponder a su típica geografía. ¿Por qué hay que seguir viviendo como siempre, como tercer mundo, si a decir de todos los gobernantes, el crecimiento es envidiable y la inclusión social ya está en marcha?
En cuanto al manejo del parque automotor hay que rendirle tributo a su manejo inteligente. Cosa que cuando llegue el Bicentenario, cuando Ayacucho haya duplicado el actual, nuestros hijos reciban una ‘casa’ preparada, con veredas suficientes, relucientes y sin huecos para caminar con confianza, y con pistas que permitan el traslado de los vehículos no ‘a cuerpo de chatarra andante’.
Hay que mantener latente la esperanza, bullente el cerebro y actuantes las manos transformadoras, para que estas ideas vayan tomando cuerpo y la ciudad vaya transformándose. En cuanto a las callecitas ‘peatonales’, hay que decirles, lo mismo que a sus antecesores, no estamos en Budapest, Manhattan o Venecia, sino en Huamanga (todavía).
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