Necías E. Taquiri Y.
Un favorcito nos pidieron ‘a cambio de una buena propina’: resumir un libro para sus estudios de posgrado, en vista de que él, un doctorando suigéneris, por sus múltiples ocupaciones empresariales (abrir y cerrar el negocio todos los días personalmente, controlar la asistencia puntual de sus trabajadores, estar al día con las cuentas, premunirse de mercadería para surtir el negocio), no tenía tiempo ‘para estar perdiéndolo, leyendo aburridos y voluminosos libros que, además, venían sin dibujitos’.
Si tan bien le iba en los negocios (“empresariales”, llama él), ¿para qué el doctorado, que no estaba dispuesto a asumirlo cabalmente porque no tenía tiempo?, le pregunté a boca de jarro. “Ah, pues, causita, para demostrar que soy intelectual; y cuando obtenga el cartón, que dicen me va a costar unos… ocho mil soles, encuadradito y lujoso ubicarlo en mi sala, a fin de que mis colegas empresarios, las amistades y familiares, mientras compartimos reuniones sociales, sepan que están hablando con un doctor. No tengo otro interés”.
¿En qué consistía el trabajito?, fui pensando, mientras fumando un cigarrillo negro me entregaba tres voluminosos libros sobre megatendencias, posmodernidad y filosofía, de autores extranjeros, que debería resumirlos él (mejor dicho, yo). “Me dijeron que estás acostumbradito a la lectura de esas cosas, y te resultará fácil”. Él los expondría luego, apoyándose en tecnología de punta, data, un puntero láser, micrófono inalámbrico. “¡Quiero lucirme!, por eso le voy a pagar bien, profesito”, me dijo, cachaciento.
Ah caramba, dije, entre sonriente y apenado simultáneamente, porque si así están los estudios del ‘doctorado’ ahora, y los futuros doctores –algunos- recurren a los servicios “de los que tienen la costumbre de leer esas cositas, a cambio de paga”, caramba, también mi perrito Puki que puede darse el lujo de aceptar la comida que le da la gana (porque tiene la suerte de contar con dueños que le engríen, le bañan, le destinan la azotea a su libre albedrío y no lo dejan callejerear, para que no se cruce con los ‘ambulantes’), ‘podría estudiar doctorado’.
¿Y cuánto me va a pagar?, le pregunto, antes de que él diga por cuánto voy a resumirle los tres libritos, que, dicho sea de paso, ya los había leído en otros estudios de ‘menor jerarquía y certificación’ de casi un mes de duración. (¿Qué coincidencia, no?, el trabajito me habría salido fácil y podía entregarle ‘al día siguiente nomás’, como me había indicado, ‘porque los plazos le estaban venciendo’. “¿Le parece bien cincuenta soles?”, me espetó el marrano, “50 soles, ¿está bien?”, recalcó. “Total, usted estará acostumbrado a esos menesteres y los resumirá en cuatro o cinco páginas. Gánese alguito, en lugar de no estar haciendo nada”.
Me dieron ganas de decirle que haga un tubito con sus cincuenta y le dé mejor uso, pero preferí decirle que me era imposible semejante actividad, por razones de dignidad. ¿Cómo iba yo hacérselo un trabajito a un casi doctor, para el día siguiente, cuando apenas escribo editoriales y me demoro entre tres a cuatro horas? ¡Cincuenta soles! ¿Tan poco vale la intelectualidad en el mundo de estos burros? Y, hace una semana me enteré que ‘su exposición había resultado excelente’. ¿Quién se habrá ganado los 50 soles que yo perdí?
Corolario: cada vez que hablo de estas cosas, recuerdo irremediablemente a mi padre, quien, con su tercer año de primaria, ‘se lo escribía’ al director ‘sus cartas’ (“es que tienes buena letra”, justificaba el magíster). También a don Alejandro Límaco que le escribía los discursos al alcalde y al prefecto de Huamanga, por un copón de buena caña. Y a Mario Vargas Llosa, en el otro extremo de las comparaciones, quien escribe para “El País” por buenos fajos de euros. ¿Por cuánto escribirá Mirko Lauer en La República? La experiencia nos lleva a elucubrar que los denominados ‘trabajos intelectuales’, que a veces se presentan en conferencias de prensa, u otros que merecen premios en mi Universidad, cada vez que llega el 3 de julio, a lo mejor fueron escritos por ¿50 soles o un copón? (Y pensar que algunos participamos en mesas redondas, escribimos o dictamos charlas cuasi intelectuales, honradamente, a veces, por una botella de agua mineral).
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