lunes, 22 de agosto de 2011

LAS BONDADES DE LOS EMPRESARIOS

Necías E. Taquiri Yanqui

La estructura de la sociedad ‘moderna’ es tri-estamental, si nos permiten los sociólogos. Por un lado está el estado, que de acuerdo a los teóricos (científicos y técnicos, inclusive) más ‘convenientes’ no sirve para nada, en materia de administración o atención de los problemas nacionales, del progreso, de la felicidad, el trabajo de los habitantes de un país, y solo sirve para brindar seguridad ‘a los que sí sirven’, con un ejército, una policía y un sistema jurídico fríamente calculado. Para eso nomás, sirve el estado, que además dicen –de todo, pues, se puede decir cuando se quiere levantar orgullos- somos todos: estado tú, estado yo, estado todos, ¡estado!

Por otro lado están las familias, esas que tradicionalmente constituían el denominado núcleo de la sociedad. Linda, bonita, armoniosa, necesaria y muchos etecés más, pero lamentablemente, no preparada para conducir los destinos de un país, no buena siquiera para ahorrar y no buena sino para quererla, adorarla, idolatrarla, y nada más. Como quiera que la mayoría de las familias están un tanto malitas en asuntos de economía, no pueden pues ahorrar (“ahorro es progreso”, por si lo olvidaron), y hasta con las justas sobreviven, no hay que confiar en ellas, ni siquiera para que eduquen profesionalmente a sus hijos, como ellas quieren, de eso se encargan los que saben ahorrar, invertir, producir, ‘gerenciar’, etc.

El tercer estamento de la sociedad moderna -el que está privilegiado en tiempos de modernidad, de supuesto progreso de la humanidad- es la empresa o, mejor dicho, los empresarios. Ellos sí saben invertir, ellos sí son campeones en ahorrar, son emprendedores para hasta vender piedras o hacer parir dólares a los soles, inventores de la ‘emprendeduría’, y, por lo consiguiente, son los que deben dirigir la política nacional, los que deben orientar la educación, los que deben ejercer cargos de presidente, congresista, rector, ministerio, con las leyes que deben promulgarse para que libremente hagan todo lo que quieren, porque ellos sí salvarán a los países de su situación de atraso y pobreza.

¿No ven que una veintena de empresarios han salido a las calles del Perú a decir que, como exitosos que son, están ahora dispuestos a compartir sus éxitos con sus compatriotas, siempre y cuando los elijan autoridades municipales, regionales o políticas? Empresarios necesitamos en la escuela, empresarios en los hospitales, empresarios en el Ministerio de Educación, empresarios en la iglesia, empresarios en el deporte, empresarios en las empresas (a lo Cantinflas), en cada casa, en cada esquina y en cada metro cuadrado.

Empresarios que, por otro lado, deben poseer el corazón de piedra como para apoderarse a buenas o a malas (siempre con el consentimiento del Estado -que ‘somos todos’), sea de las minas de la serranía, los terrenos de los selváticos, el gas de los peruanos o el alma de los cristianos. Si alguien se opone, ley con él; si protestan, criminalizarlos; si siguen fregando, a la cárcel con él, porque nadie tiene el derecho de estorbar el libre, anchuroso, venturoso, exitoso, abusivo, expoliador camino de los empresarios, “porque ellos sí invierten, ellos sí hacen empresa”, ellos sí meten aguja y sacan barreta, ellos sí saquean rico la riqueza nacional.

Con ese pensamiento, con esa sabiduría, “hay que dejar nomás que los empresarios se lo lleven en carretilla el país todo, con habitantes, con su flora y su fauna”, porque ellos lo merecen, y sus milloncitos de ganancia hasta ahora obtenidos son pocos: necesitan robar más.

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