domingo, 11 de diciembre de 2011
EN VERDAD, LA VIDA ES MUY HERMOSA
Necías E. Taquiri Y.
Estamos bien en el camino, lo estamos bien en la vida, no hay problemas en el frente y, aun si los hubiera, hay que reafirmarnos en que la vida es, de todas maneras, muy hermosa; tal vez porque es la única, porque es breve, irrepetible, y de absoluta pertenencia humana, hasta donde tenemos conocimiento.
De modo que, a estas alturas de nuestra existencia, no hay por qué blasfemar contra esta hermosura; no hay por qué sentir envidia ante nadie (salvo que la envidia sea sana); no hay por qué empezar cada mañana o terminar cada tarde, envuelto en amargura alguna que de nosotros, de nuestra conciencia, se haya posesionado, ya que quienes mandamos sobre nuestras vidas, nuestras preferencias, nuestros gustos, nuestra manera de utilizar la libertad, de opinar, de callar, de gritar, de zapatear, de protestar o consentir, somos nosotros mismos, o debemos serlo.
Que nadie nos quite lo baila’o (como dicen); que nadie empañe nuestra visión. O, mejor dicho, que lo que contra nosotros hagan, sea; pero, no con nuestra auto complicidad, sino con los desvaríos de quienes no nos quieren. Lo importante es que nos querramos, nos estimemos, nos valoremos, y vivamos intensamente cada día “como si fuera el primer y último día”, ya que después de lo que hagamos hoy, no hay otro igual, jamás de los jamases.
Cierto es, que desaires como los de Ollanta –allá en Cajamarca y aquí con el magisterio- nos aguan la existencia porque tenemos sensibilidad y tenemos alma de pueblo adornando toda nuestra trayectoria. Es cierto que los problemas de salud, de los nuestros o de los semejantes, enfrían nuestro entusiasmo de seguir viviendo. Es cierto que la falta de trabajo, la falta de justas remuneraciones, la falta de reales inclusiones, la falta del trato justo a los peruanos mayoritarios, nos enervan y quisieran hacernos cometer más errores de los que acaso cometimos como humanos. Es cierto todo eso y nos trastabilla, pero deber por un minuto, por un cuarto de hora, a lo más, pero que no nos engulle la pena, el dolor, la rabia, por siquiera una hora, ya que este día –como si fuera el primero o el último de nuestra existencia- nos pertenece y merece ser el más bello, como bella es la vida que nos ha tocado compartir.
Miren, compartir lo que ganamos; compartir, alegrías, tristezas, logros y satisfacciones, hasta para decir que la pena entre muchos es menos atroz, o decir que la alegría entre tantos, es como el disfrute lúdico de los niños, que en solitario es cuasi patológico y entre muchos es pura felicidad. Compartir lo positivo para que sea realmente completo este estado de emoción.
A mis alumnos de la universidad, o a mis colegas del magisterio, siempre les puse este ejemplo: que la mejor comida no es aquella que tenga ingredientes de los más caros, la que se sirva en platos de oro, la que más nos guste o la que mejor nos llene el estómago; porque, a veces, eso es lo que suele decirse que es la mejor comida; sino, ¡la comida compartida!, la comida –que no importa esté preparada con apenas un puñado de morón, sal y unas cuantas papitas- que en común consumes con tus seres más queridos: tu madre o padre, tu esposa o esposo, tus hermanos o tus hijos, tu verdadero compañero de la vida, con cuya compañía el pusra chupi se te hace manjar, por la mirada de los tuyos, por el aliento de los seres queridos, por el lleno de su amor. En cambio, el plato lleno o el manjar real, consumido a solas y peor a escondidas, se te ‘hace veneno’ y entristece tu aparente placer.
Por eso, cuando en una empresa solamente engorda el amo, disfruta el que no trabaja o suena a explotación cada centavo que –tilín- llena sus arcas, como en el caso de Fujimori, Montesinos y otros similares de todos los tamaños, a mí se hace que los muy desgraciados, en lugar de vivir bien, gozar de la vida y entender la belleza de la existencia, no conocen sino falsos placeres, incompletas glorias y días de pesar, por pensar en qué les deparará el mañana. Ahí no hay intensidad de vida, como en nuestro caso, sino una inmensidad de contradicciones existenciales y contracciones de maldad emponzoñando el dinero mal ganado, la riqueza mal alcanzada, la vida mal vivida.
En el caso de nosotros (los del pueblo profundo), nada que temer, nada que envidiar, nada que ocultar. A nosotros se nos ha dado la vida para disfrutar, aunque en el disfrute esté la misma lucha como incentivo, sal de vida o el dulce del placer. El trabajo, la dedicación, el estudio, la constancia y la dignidad, son los ingredientes de esta vida que, repito, es realmente muy hermosa. Qué sería de ella si nos faltara ‘aunque sea un cachito de infelicidad’, aún ese ingrediente, nos hace más llevadera esta dulce existencia. No lo olvidemos jamás.
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