viernes, 18 de mayo de 2012

LA DICTADURA DEL ACOMODO



Necías E. Taquiri Y.

Estoy comprobando que lo más fácil del mundo, para no estar en el ojo de la tormenta, para que no te evalúen por lo que haces o dejes de hacer, para que no te busquen los ‘tres pies al gato’, para que no te traten de bueno o malo según cómo amanezca el día; es decir, para que te ignoren por completo como si no existieras o lo hicieras solo como la piedra tirada en el camino o la nada, ¡es que no te metas en nada, no asumas ningún compromiso y, desde el fácil lugar de la ‘donnadiería’, vegetes hasta que la muerte te lleve tal como la casualidad te trajo para abandonarte a tu suerte!

¿Y cómo se logra tal hazaña del no compromiso? (querrán saber nuestros lectores). Fácil: no aceptar cargo alguno desde la infancia hasta la ancianidad. Si te piden que lideres en fútbol, escoges el arco y renuncias a meter un gol. Si juegas en chepa, nunca lo haces a chapar, porque eso reviste esfuerzo, y prefieres que te chapen hasta los más lentos. Cuando tu barrio reclama pavimentación de sus calles ante la municipalidad, cargas papeles, saco o bastón de tus vecinos, pero ‘dirigir’ aunque sea una palabra, que lo hagan otros.

Más tarde, en tu condición ya de ciudadano, jamás aceptas cargos ni encargos, porque suponen compromisos. “Qué tal si me critican”. “A lo mejor me equivoco”. “Yo, no he nacido para esas cosas, prefiero quedarme en casita”. “Que vaya mi mujer que para esas cosas tiene pasta, o mi hijo mayor que ya está en condición de representarme”. “Yo no”. Es decir, justificaciones, evasiones, falta de espíritu de compromiso, miedo, vida apacible, ¡aunque te estén quemando el trasero en baile imaginario del alcatraz! Así fuiste siempre en la vida familiar, escolar, social, deportiva, religiosa, cultural.

Pero, como dicen, en esas almas de dios, mansas y hasta mojigatas, si los miras bien, son zánganos con formas de hombre (o de mujer, porque en esto no hay distinción), sumisos practicantes de la dictadura del acomodo. Van detrás de cada figura, y cuchichean, ‘critican’ (según ellos), cuentan el número de pelos corruptos que tienen los calvos o, para decirlo de una buena vez, ‘aprueban o desaprueban’ (sin tener autoridad ni experiencia vivida) a todo el mundo: al portero, al profesional, al técnico, al político, al funcionario, al asesor, al mentor, al escritor, al periodista o al decisor, de todos cuantos dicen:  “son malos, no saben leer, que ganan 8 cuando deberían solo 2, que no saben dirigir; que renuncien o que los cambien, porque no satisfacen nuestras expectativas”.

Entonces, propón a mengano o encárgale a fulana, aunque sea por una semana, el cargo que ocupaste o el puesto de sus criticados, en lugar del que se ha ganado el pleito, del que se quema pestañas y gasta energías en el campo de los hechos, y verás cómo estos rati-hombres o rati-mujeres (porque en eso se convierten en ese momento) emprenderán fugas cobardes, y preferirían suicidarse antes que asumir cualquier responsabilidad.

Así nomás mantienen su supuesta virginidad o su mojigata moralidad social, como certificando que solo dios y los idiotas no se equivocan, el primero porque no existe y los segundos porque nunca hacen nada, nunca se comprometen y nunca se equivocan. Son los habitantes del país de los no comprometidos; son los que se acomodan en cualquier escondrijo, y desde ahí como las lagartijas, ven pasar –pero juzgando, evaluando, denunciando, dizque- la marcha de los leones, los tigres, los elefantes, los cóndores, los pájaros, etc., que no es una marcha pacífica ni de perfecciones, sino de lucha, de avances y retrocesos, de críticas y autocríticas que, por supuesto, éstos ignoran cómo es, aunque con sus palabras como las urracas apestosas o las hienas, las culebras, los gusanos, quieran ningunearla. Es que son los donnadie.

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