miércoles, 23 de mayo de 2012

“EN EL PALACIO DE JUSTICIA, NO HAY JUSTICIA PA’ LOS POBRES”



Necías E. Taquiri Y.

Para acabar con la corrupción –supuestamente- estamos escuchando la hasta desesperada campaña de algunos periodistas exigiendo que tal o cual juzgado, tal o cual fiscal anticorrupción, de este sistema de justicia por ellos mismos calificado de “el más corrupto”, castiguen a los corruptos.

La pregunta que se nos ocurre para entender el fenómeno es: ¿no están pidiendo peras al olmo, si se tiene en cuenta que “en el palacio de justicia no hay justicia para los pobres” como dice el huayno”? De esa misma prensa escuchamos sangrantes lamentos -y maldiciones y lloros- tras haberse enterado que un juez y un fiscal de Huamanga habían sido ratificados por el Consejo Nacional de la Magistratura (“ organismo independiente por mandato constitucional, (que) tiene la muy alta y delicada misión de seleccionar, nombrar y periódicamente ratificar a jueces y fiscales sólidamente probos, independientes, provistos de irreductibles valores éticos y morales, idóneos para garantizar la plena vigencia de los derechos de la persona y el respeto a su dignidad, a través de una correcta administración de justicia”).

Decían que la “ratificación era el fruto de la influencia de fulano por la amistad con el hermano del otro, que las condecoraciones y las distinciones recíprocas, que todo esto era una cochinada, que cómo era posible,  que eso no podía quedar así”, etc., ¡como si hubieran descubierto la pólvora! Pero, ¿no decían que los poderes judicial, ejecutivo y legislativo estaban al servicio de las clases dominantes? ¿O lo han olvidado? A menos que crean que ya se produjo la revolución y estos poderes ahora son diferentes y empezarán a administrar justicia a favor de los de abajo.

Tendrían que volver a escuchar el huaynito (“en el palacio de justicia, no hay justicia para los pobres”) para entender su vigencia hasta filosófica y constatar que  no obstante las mejores intenciones, los más grandes esfuerzos por desentrañar la corrupción mimetizada en las instituciones del estado –incluido el sector justicia, ¿o no?- las cosas están hechas para que, aunque se cambien todo (leyes, normas, nombres, estilos), ‘todo siga igual’.

No hay, pues, justicia que haya encarcelado a ningún rico como encarcela al ladrón de gallinas o al pobre que se llevó un saco de arroz. ¿Está preso Alan García, calificado de genocida, ladrón de siete suelas, autor de cien y un delitos cometidos desde su condición de mandatario? ¿El CNM, el Poder Judicial, el Ministerio Público o la prensa peruana pudo llevarlo a las mazmorras donde se pudren algunos equivocados hijos del pueblo?

Dirán, “sin embargo, está preso Fujimori”. ¿Realmente lo está? No, pues. Vive en una mansión especialmente acondicionada para él, tiene servicios exclusivos en materia de salud, alimentación, distracciones, comunicación; y con el dinero amasado mafiosamente en dos períodos de gobierno, goza de visitas individuales, colectivas y partidarias, al extremo de casi habernos puesto de presidente a su mismísima hija que de ‘virtud’ tiene, haber traicionado a su madre en la posición  vergonzosa de ‘primera dama’.

En consecuencia, mientras el modelo neoliberal impere, nadie podrá cambiar la forma conocida de administrar justicia en el Perú, porque eso sería contranatura, social y políticamente hablando. Los pírricos avances, los escasos logros fueron arrancados por el pueblo en base a una lucha tenaz, y no por un sector resentido, odioso e ingenuo de la prensa, mucho menos minoritaria y hepática. Algunos casos puntuales de justicia adecuada se registran ‘abajo’. Allá arriba, donde reinan los delincuentes de avión, yate y cuentas multimillonarias, el sistema está a su servicio.

¿Eso supone pensar que no existen jueces probos o fiscales honrados? ¡Aisladamente, por cierto, quién lo duda! Pero, de eso a pensar que puedan imponer sus criterios, su interpretación, sus sentencias como queremos los del pueblo, imposible. De modo que, cuidado con el culantro, dicen que es bueno en relativas cantidades y malísimo si uno se excede en su consumo. El odio o la sobrevaloración de funciones, no justifica que digamos tonterías.   

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