miércoles, 2 de mayo de 2012

HOMENAJE A HUAMANGA



Necías E. Taquiri Y.

472 años de existencia al servicio de propios y extraños, le da derecho a ser respetada, cuidada y mejorada a la ciudad de Huamanga. Consecuentemente, en este día, 25 de abril, lo que tenemos que hacer todos cuantos moramos en su tierra, sea cual fuere la condición específica que poseamos, pero genéricamente respirando su aire, disfrutando de su hermoso clima, aprendiendo de su gente solidaria y pisando sus arenas, es rendirle un homenaje comprometido, militante y orgulloso. 

Porque Huamanga, o San Juan de la Frontera de Huamanga, o también la ciudad de Ayacucho, como muchos la llamamos indistintamente, tuvo la particularidad de haber parido hombres, mujeres, hechos e hitos que la historia patria tiene mucho que agradecer y, por lo tanto, atender en sus necesidades hasta hoy todavía postergadas como contar con los servicios hospitalarios más completos, servicios educativos más numerosos y de calidad de los que hasta ahora tiene, calles debidamente mantenidas, parques llenos de verdor y un ambiente limpio, como se merece nuestra tierra.

En lo particular, toca a cada uno rendir cuenta de las actividades que como hijo realizó en el corto o largo tiempo de su permanencia en Huamanga, para a partir de ese reconocimiento acaso autocrítico de sus descuidos, reemprenda el camino del agradecimiento, o si se ha comportado adecuadamente con arreglo a las exigencias que históricamente tuvo, profundizar acciones de identidad para que los más jóvenes, carentes de modelos o ejemplos, repliquen los mismos sentimientos de pertenencia y defensa de los intereses de nuestra tierra.

Somos la provincia capital del departamento y región de Ayacucho; integramos, en consecuencia, el trío nada dignificante de las tres regiones más pobres del país; y no puede ser que ese estigma se nos endilgue haberla mantenido a los que comprendiéndolo, no hicimos gran por haberla cambiado. No es posible, entonces, que por ejemplo sus mercados de abastos se mantengan en ese estado de mantenimiento, desorden y falta de higiene. Ése es un asunto no de los comerciantes que ahí se han apostado apretujados, y desde ahí paran sus reales para mantener la vida, sino un punto de unidad problemática que todos debemos atender, empezando por las autoridades regionales o municipales y contando con el compromiso de cada uno de los habitantes que, a ese tipo de mercados, sin embargo concurrimos a comprar desde limones, carnes, ropa y menestras.

Es hora de demostrar que los que la habitamos no nos hemos animalizado ni desentendido de la higiene que se merecen sus calles, plazas, locales institucionales, colegios, institutos y universidades, porque Huamanga toda es nuestra casa y en estas condiciones de casa no podemos celebrar ni nuestros particulares cumpleaños. Hay que restablecer nosotros, los de la sociedad o los de la clase pensante, política, comprometida, el principio de autoridad que acaso con nuestra indiferencia ayudamos a perderlo en boca de los que están llamados a mantenerlo. No integremos más el ineficiente mundo de los criticones que sin haber aprendido a limpiar nuestras caras, nuestras venas y nuestras neuronas, sin embargo tengamos el empacho de pedir y pedir a los municipales a que nos limpien lo que nosotros mismos ensuciamos con enfermiza devoción.

¿Qué tenemos 33 iglesias? ¿Que, la Universidad de Huamanga es nuestro orgullo? ¿Que, el pan chapla, el puca picante, nuestros huaynos, nuestra tuna, nuestro runasimi, nuestro Tayta Cáceres, nuestra Semana Santa, nuestros Carnavales y demás signos distintivos de nuestra humanguineidad es ‘nuestro’ orgullo? ¡Sí, por dios, sí que lo es, pero no es suficiente como para encapsularnos en ese sentimiento de modo inerme, pasadista, desfasado y resignado!

Este sentimiento de pertenencia que nace del pasado debe ir perfeccionándose con el tiempo, para que Huamanga, afirmándose en el presente, se yerga fuerte, existencial, definitiva en los años del futuro, con nuestro homenaje permanente y comprometido. Que viva Huamanga, que viva años de prosperidad y felicidad. 


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