Necías E. Taquiri Y.
Algunos personajes se mueren por
aparecer en los medios de prensa y son capaces de cualquier declaración,
presentación o pantomima, con tal de que le dediquen un espacio. Algunos, hasta
caen fácilmente en el ridículo y ni siquiera se dan cuenta que están arrastrándose
hacia el desprestigio.
Creo que esos “dirigentes”, porque eso es lo que creen que son, comienzan el día abriendo el periódico o escuchando la radio para ver cuál es el tema del día y qué declaración podrían hacer para llamar la atención en los medios. En ese sentido, están al día con los acontecimientos.
Y como los periodistas están
(algunos) ávidos de cubrir los escandaletes baratos que surgen de alguna
declaración rimbombante de los figurones, cubren tales actos sin usar muchas
neuronas, con la forma sensacionalista que ‘gusta’ a la gente. Es como si dijesen
que “si no hay escándalo no hay sintonía”.
Ocurre en estos días: el caudillejo
habla cualquier cosa por teléfono o en persona, y, zas, se multiplica en los
medios, qué mejor, con el tema de la corrupción (antes fue con el tema del
terrorismo).Se abre un debate supuestamente democrático, por teléfono, con todo
el tiempo necesario para el que ‘apoya’ al figureti y lo comparten los de la
radio o la televisión. A los que piensan de modo diferente se les somete a dos
castigos: cortarles, dejándolos con los crespos hechos (en eso, nadie le gana si
es dueño del medio y al mismo tiempo, ‘periodista’), o se le deja hablar, para
después, a fuego graneado, darle como a piñata, hasta hurgando su vida personal
y, mejor, en su ausencia.
Así funciona la máquina: el caudillo
+ el medio + los ‘portátiles’ telefónicos, la triada que asegura popularidad,
sintonía y negocio. La credibilidad de estos protagonistas, por supuesto que
está por los suelos. La gente disfruta del ‘estilo’, los sintoniza, ríe a mandíbula batiente, y hasta
espera que la cosa continúe por capítulos, como en las novelas telelloronas, pero
no los cree. Los huele, los masca, los tritura, pero no los traga. Ese es el
sainete completo.
Existen otros personajes que aparentemente compiten con los tragicomediantes de la noticia, dispuestos a desmontar el andamiaje del líder mediatizado. Pero en ese afán, por razones de morbo y por cómo funciona el asunto en estos tiempos de sadomasoquismo comunicativo, el que gana es el caudillo, porque por las buenas o por las malas; esto es, por angas o por mangas, sale en el medio, y es lo que le importa, aunque por la calle, cuando lo vean con desprecio, un poco más lo escupan en la cara o, generalmente, se burlen hasta de su traza.
En el noventa por ciento de ese circo
mediático, no se vislumbra objetivo serio. Pero, al comunicador comerciante, le
importa un rábano. Lo que busca es mantener la fama ganada, para seguir
cosechando, mientras los tontos útiles cumplen con lo suyo.
Ese afán de protagonismo del caudillo tiene un fin: pasar a convertirse en candidato, alguna vez, y asegurar la panza. Mientras tanto, el hecho de salir seguido en los medios, con la anuencia de los eternos habitantes de páginas de diarios y entrevistas radiales y televisivas, tiene una magra cosecha de votos. El boomerang, lo llaman. Nunca ganan elecciones. Y la frustración que debe significarles el fracaso seguido, los empuja a hablar aunque sea en los medios, para no desaparecer como ‘figura’. Su reino es el teléfono. Desde ahí ‘reinan’. “Dos minutos de fama”, a ese precio, les place.
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