Necías E. Taquiri Y.
Si fuéramos católicos y
tuviéramos que defender nuestra fe con seriedad, porque la fe es algo que hay
que mantenerla seriamente, estaríamos un tanto avergonzados posiblemente, por
el comportamiento de los falsos católicos, que hasta cargan el Santo Sepulcro,
se visten de morado y a renglón siguiente escriben historias personales llenas
de fariseísmo.
No sé por qué, pero tal
vez porque los conquistadores españoles entraron a Cajamarca con la Cruz por
delante y las más malsanas intenciones por detrás, apelaron al mensaje de la
Biblia (libro sagrado de los religiosos), que al no surtir efecto positivo en
Atahualpa y en su gente, para someterse a sus intereses extraños, éstos, con
Pizarro a la cabeza, cura y todo, los mataron masivamente y encarcelaron al
Inca.
Lo demás es historia
conocida: saquearon nuestros recursos naturales, se apoderaron de nuestras
mejores tierras, expulsaron a nuestros ancestros que sobrevivieron a la
matanza, hacia lugares inhóspitos con la esperanza de que ahí terminen por
extinguirse, violaron a las mujeres y esclavizaron a los varones. Todo eso, con
la bendición de Dios, la religión católica y sus demagógicas promesas de
paraíso para los pobres.
Pero, como dijimos
tantas veces, y como repetiría Alejandro Romualdo: ¡y no pudieron matarnos!
Quisieron reducirnos a la mínima expresión y –para su pesar- nos multiplicamos;
quisieron eliminar nuestro runasimi y el runasimi se regodea ahora en París, en
Estados Unidos y en España mismo, con el soporte extraordinario de la gente que
vive en los andes y no sabe hacerlo si no es en quechua, no sabe soñar si no es
en quechua, y no entiende soluciones sino es con las herramientas de su
cultura, a pesar de las múltiples influencias que culturas extranjeras se han
encargado de hacernos mestizos.
Los limeños ‘subieron’ a
la sierra y se apoderaron de sus actividades más rentables; se hicieron de las
haciendas para explotarnos como durante el ocaso del imperio romano; pusieron
esterilizantes en los pusra chupis de nuestras mujeres, con el argumento de que
así evitaban el problema del hambre –de acuerdo al mensaje de Josué de Castro-,
buscando que no más indios hambrientos nazcan porque al crecer se hacen ‘revoltosos’.
Arguedas tenía razón en
El zorro de arriba y el zorro de abajo; Vallejo tenía razón al referirse
respetuosamente al ‘barro pensante’; Julio C. Tello tenía razón al enaltecer la
sabiduría de nuestros ancestros; porque -dicho y hecho- la historia está
demostrando que no han podido eliminarnos del mapa, que el barro pensante ya
está en Lima, haciendo bailar a cuantos se atreven a escuchar su voz al son del
huayno, el harawi o el yaraví: el 60 a 70 por ciento de limeños que viven en
Lima, Arequipa o Trujillo son provincianos, serranos, andinos, selváticos, y
van cimentándose para hacer de Lima la primera ciudad costeña del mundo con
costumbres andinas ( ya lo verán).
Claro que los
occidentales, los modernos, los posmodernos o los globalizadores neoliberales
no se resignarán a su próxima e innegable derrota. Utilizarán todos los
recursos económicos, culturales, educativos, tecnológicos e informáticos que
estén a su alcance, para defender su modelo. Lo harán, como siempre, con la
anuencia y la bendición de la religión imperante; con apoyo internacional,
ofreciendo pan y circo cuando sean necesarios, con sendas y engañosas cortinas
de humo, como aquello de meterse por los palos en cuanta feria andina se
organiza, no directamente con la Biblia como en Cajamarca esa vez, pero sí con
cerveza, vendida por camionadas en nombre de la alegría. Eso también pasará.
Pero, no podrán matarnos, porque al tercer día, resucitaremos.
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