Necías E.
Taquiri Y.
Dicen que una manera eficiente de
gobernar a un pueblo es mantenerlo pobre e ignorante. Pobre, para que en esa
condición, más se ocupe en cómo resolver los problemas de sobrevivencia
coyuntural e ignorante porque así no se da cuenta que los otros que viven bien
lo están engañando, y hasta desconocen sus derechos más elementales.
La denominada clase política, que se
atribuye para sí y sólo para sí el derecho de tener plata, trabajo, educación
y, en consecuencia, la potestad de manejar los destinos de un país, ha
utilizado a pie juntillas esa receta, y asegura su vigencia cambiando
aparentemente de personas, de políticos, de programas y de estilos, pero
cuidando lo fundamental: que el pueblo siga siendo ignorante y pobre.
José Martí, el sabio cubano que acuñó la frase “ser cultos
para ser libres”, hizo con Fidel Castro que aunque sea sacrifiquen a todos los
ricos de la isla, con tal de ilustrar la mente de sus paisanos para que en
condiciones de educados, no se sientan ni más ni menos que sus paisanos, sino iguales.
Y la clase política, tampoco es rica, no posee bienes y hasta el presidente de
la república, tiene un sueldo que en otros lugares de Latinoamérica habrían
considerado un insulto para su alta investidura.
Los interesantes y siempre elocuentes datos que proporciona
el Banco Mundial, confirman que la cuarta parte de la población de la región,
sobrevive con menos de dos dólares al día (es decir, casi 6 soles promedio). Y
los campesinos, y la inmensa masa de desocupados, que por el fenómeno de la
migración se ha hacinado en la ciudad, hay días y semanas que no tienen por
ingreso ni un miserable sol.
Y es irónico, porque nuestro país está considerado como uno
de los que poseen considerables cantidades de riqueza natural: recursos mineros
por doquier, flora y fauna envidiables, atractivos turísticos hermosos,
inmensas praderas, bosques y mares, con un crecimiento económico que promedia
el 10 por ciento, desde hace 20 años, etc., pero, con múltiples necesidades
alimenticias que al no ser satisfechas provocan el nacimiento y desarrollo de
una actividad delincuencial sin límites.
Tal vez por eso es que, cuando el gobierno ordena la
distribución de alimentos, la gente, lejos de cerrarles la puerta y en nombre
de su dignidad decirles que no quiere limosna, sin embargo, reciben con
agradecimiento sumiso, y hasta peleándose entre vecinos, paisanos e iguales,
¡porque ante la carencia de comida, el orgullo queda en segundo lugar!
Si con nuestros recursos económicos propiciáramos una
actividad productiva generalizada, donde estuvieran ocupados nuestros hermanos
campesinos, los obreros y los de la clase media, estamos seguros que –como
antes- hasta por vergüenza no estirarían la mano para recibir limosnas.
Este asunto fundamental, de primer orden, que tiene que ver
con la comida –especialmente de los niños y los ancianos- repercute en todas
las otras actividades que como miembros integrantes de la sociedad estamos
obligados a realizar. Por ejemplo, en materia de educación: pese a los recursos
que se supone son destinados al sector, “con gran esfuerzo que realizan los
gobernantes de turno” (eso es lo que dicen), vamos de mal en peor.
El pueblo recurre a la mendicidad que se ha convertido en
institución, con diferentes nombres, con alimentos provenientes –sabe dios con
qué condiciones- del extranjero, o con organizaciones burocratizadas que
reparten poco y se quedan con la mayor parte del dinero destinado. Ejemplo, el
campesino recibe cien soles y el que reparte es pagado con más o menos cinco
mil nuevos soles.
Pero, el manipuleo de conciencias es
efectivo a través del llenado del estómago. Es un modelo de hacer política,
populista y clientelista, el que ha llevado a América Latina a la destrucción
del tejido social, donde los pobres hacen colas, masas, pero amorfas, incapaces
de iniciativa alguna salvo tender la mano para recibir la dádiva canalizada a
través de los “operadores” o “dirigentes sociales”. Estos son una suerte de
“semidioses” surgidos con la complicidad de la burocracia estatal. Pan y circo,
como hacían en Roma, “o les caerá el castigo de la clase política”.
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