martes, 17 de enero de 2012

EL ASUNTO ES COMER




Necías E. Taquiri Y.

Dicen que una manera eficiente de gobernar a un pueblo es mantenerlo pobre e ignorante. Pobre, para que en esa condición, más se ocupe en cómo resolver los problemas de sobrevivencia coyuntural e ignorante porque así no se da cuenta que los otros que viven bien lo están engañando, y hasta desconocen sus derechos más elementales.

La denominada clase política, que se atribuye para sí y sólo para sí el derecho de tener plata, trabajo, educación y, en consecuencia, la potestad de manejar los destinos de un país, ha utilizado a pie juntillas esa receta, y asegura su vigencia cambiando aparentemente de personas, de políticos, de programas y de estilos, pero cuidando lo fundamental: que el pueblo siga siendo ignorante y pobre.

José Martí, el sabio cubano que acuñó la frase “ser cultos para ser libres”, hizo con Fidel Castro que aunque sea sacrifiquen a todos los ricos de la isla, con tal de ilustrar la mente de sus paisanos para que en condiciones de educados, no se sientan ni más ni menos que sus paisanos, sino iguales. Y la clase política, tampoco es rica, no posee bienes y hasta el presidente de la república, tiene un sueldo que en otros lugares de Latinoamérica habrían considerado un insulto para su alta investidura.

Los interesantes y siempre elocuentes datos que proporciona el Banco Mundial, confirman que la cuarta parte de la población de la región, sobrevive con menos de dos dólares al día (es decir, casi 6 soles promedio). Y los campesinos, y la inmensa masa de desocupados, que por el fenómeno de la migración se ha hacinado en la ciudad, hay días y semanas que no tienen por ingreso ni un miserable sol.

Y es irónico, porque nuestro país está considerado como uno de los que poseen considerables cantidades de riqueza natural: recursos mineros por doquier, flora y fauna envidiables, atractivos turísticos hermosos, inmensas praderas, bosques y mares, con un crecimiento económico que promedia el 10 por ciento, desde hace 20 años, etc., pero, con múltiples necesidades alimenticias que al no ser satisfechas provocan el nacimiento y desarrollo de una actividad delincuencial sin límites.

Tal vez por eso es que, cuando el gobierno ordena la distribución de alimentos, la gente, lejos de cerrarles la puerta y en nombre de su dignidad decirles que no quiere limosna,  sin embargo, reciben con agradecimiento sumiso, y hasta peleándose entre vecinos, paisanos e iguales, ¡porque ante la carencia de comida, el orgullo queda en segundo lugar!

Si con nuestros recursos económicos propiciáramos una actividad productiva generalizada, donde estuvieran ocupados nuestros hermanos campesinos, los obreros y los de la clase media, estamos seguros que –como antes- hasta por vergüenza no estirarían la mano para recibir limosnas.

Este asunto fundamental, de primer orden, que tiene que ver con la comida –especialmente de los niños y los ancianos- repercute en todas las otras actividades que como miembros integrantes de la sociedad estamos obligados a realizar. Por ejemplo, en materia de educación: pese a los recursos que se supone son destinados al sector, “con gran esfuerzo que realizan los gobernantes de turno” (eso es lo que dicen), vamos de mal en peor.

El pueblo recurre a la mendicidad que se ha convertido en institución, con diferentes nombres, con alimentos provenientes –sabe dios con qué condiciones- del extranjero, o con organizaciones burocratizadas que reparten poco y se quedan con la mayor parte del dinero destinado. Ejemplo, el campesino recibe cien soles y el que reparte es pagado con más o menos cinco mil nuevos soles.

Pero, el manipuleo de conciencias es efectivo a través del llenado del estómago. Es un modelo de hacer política, populista y clientelista, el que ha llevado a América Latina a la destrucción del tejido social, donde los pobres hacen colas, masas, pero amorfas, incapaces de iniciativa alguna salvo tender la mano para recibir la dádiva canalizada a través de los “operadores” o “dirigentes sociales”. Estos son una suerte de “semidioses” surgidos con la complicidad de la burocracia estatal. Pan y circo, como hacían en Roma, “o les caerá el castigo de la clase política”.

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