Necías E. Taquiri Y.
Amigos nuestros que por esas cosas de
la intelectualidad asisten a las conferencias que ofrecemos en diferentes
eventos o jornadas pedagógicas, muy cortésmente y bien intencionados, nos
expresan sus felicitaciones, pero nos sugieren, sin embargo, ‘no politizarlo
todo’. “Lo demás, está bien, y nos has recordado a la Universidad de Huamanga
en sus mejores tiempos”.
En primer lugar, agradecemos la
felicitación, y con mayor connotación inclusive agradecemos las sugerencias.
Las sugerencias nos permiten corregir algunos excesos verbales o conceptuales
que acaso cometemos en el calor de la exposición; pero, si consideramos que
estamos en lo correcto, y creemos fervientemente en lo que decimos, también nos
da la posibilidad de ampliar explicaciones, con la finalidad de que, aquellos
que dudan o desconocen algunos temas a profundidad, se agencien de nuestros
argumentos o de nuestras fuentes, con fines de discusión, debate o
enriquecimiento intelectual.
Es por ello que, después de haber
tomado partido por el concepto que tiene Brech sobre ‘política’ o sobre ‘el
analfabeto político’, y tras haber recibido preocupadas recomendaciones acerca
de la ‘política que hacemos –dizque- en cada charla’, nos vemos empujados a
insistir en que la ‘política’ no es lo que parece, o lo que nos hacen creer, o
lo que hacen únicamente los que defienden intereses, programas o planes
político-partidarios.
La política no es -por añadidura- ‘mala
palabra’. Ni diabólica. Ni falsa. Ni ‘cochina’, como anda diciendo cierta gente
en la cantina, durante el tiempo intermedio de una pichanga deportiva o en el
corrillo de los chismosos.
Política es, entendámoslo a cabalidad,
‘todo lo que hace el hombre cuando acepta o rechaza un mensaje, cuando opina
-mal o bien- sobre un asunto, sobre una autoridad, sobre un modelo económico,
sobre el funcionamiento de una discoteca, sobre la calidad de un docente, sobre
la combinación de ingredientes de determinado plato típico, criollo o
internacional, etc., etc’.
Eso es lo que no sabemos con amplitud
los hombres y mujeres comunes y corrientes del mundo, y también los más altos
funcionarios ‘técnicos’ de municipalidades, universidades, ministerios o
financieras, e inclusive algunos connotados intelectuales. Todos los días de
nuestra vida, desde que nos levantamos de la cama, hasta volver a ella misma,
en busca de descanso, hacemos política. Al manifestar, verbigracia, nuestra
disconformidad contra el chofer de un colectivo que lleva pasajeros como si
fuesen animales o leña, o cuando tomamos partido por la campaña del no uso del
molle en los próximos cortamontes carnavaleros o cuando hablan mal de nosotros.
Y en las encuestas que se hacen sobre
el significado de política, en doquier calle de doquier país, recibimos
respuestas por demás elocuentes, diversas y desviadas. Antes de manifestar qué
concepto tienen sobre esa palabra, inmediatamente piensan en el político ex
presidente Fujimori, en el político ex presidente de la región, en el político
ex rector de la universidad, en el político ex arzobispo de Ayacucho, en el ex
congresista, en el actual parlamentario, en los alcaldes o en los regidores. Y
como piensan mal sobre esas personas, trasladan la opinión que tienen sobre
todos ellos, que por supuesto no es buena, hacia la opinión que tienen sobre
palabra política, y concluyen manifestando que la política es mala como
‘aquellos’. Dicen: “cualquiera es político como ése”, “todos los políticos son
malos” y, por lo tanto, “la política es mala”.
¿Se dan cuenta del error? El nivel
cultural que tenemos sobre política es bajo, por eso creemos que no hay que
hablar de política, ni hacer política, ni juntarnos con los políticos. Y pensar
que ‘política’ es lo que hacemos, en el mejor sentido de la palabra, hasta
cuando comemos o defecamos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario