Necías E. Taquiri Y.
El
periodismo íntegramente practicado es, sobre todo, una actividad intelectual.
Pero, a diferencia de las otras actividades intelectuales, de las muchas que
existen, practicadas también por otros profesionales, tiene particularidades
especiales que solo tras el ejercicio constante, casi durante la vida entera,
apasionadamente, amorosamente, podría entenderse, sentirse y gozarse (o
sufrirse) con la profundidad del caso. Jamás lo entenderían a cabalidad, por
ejemplo, aquellos que empiezan a ser periodistas tardíamente a los treinta,
cuarenta o cincuenta años, acaso después de haberse ya desenvuelto –digamos-
como empresarios, abogados, economistas, policías, comerciantes o párrocos.
Es una
actividad que se ejerce no a la conclusión de una carrera profesional y la
consecuente obtención de un título o licenciatura (que es un permiso formal
establecido por la legalidad), como ocurre en otras profesiones; mucho menos al
finalizar estudios técnicos de alto nivel, ni cuando se ingresa, por fin,
título en mano, a la radio, la televisión o la prensa (como genéricamente se
piensa), sino –permítasenos la confesión- al comenzar en los hombres ‘la edad
de la razón’ (en términos de Vasconcellos), del gusto, de la definición y el
ejercicio mismo del oficio, o cuando se empieza a hablar o escribir, y, en
última instancia, cuando se emprende el camino por la vida.
Es por ello
que el periodista lo es, en realidad, desde que tiene alma; es decir, antes de
haber concluido la primaria o la secundaria, inclusive. Ah, si palabras precisas
existieran para describir lo que se siente y se percibe ser periodista desde el
periodismo, caramba, no tendríamos empacho alguno en utilizarlas abierta,
permanente y didácticamente, para compartir espiritualmente esta especial
manera de haber nacido para ser periodistas o esta especial pasta adquirida
para cincelar el periodismo.
El rasgo
común de todos los periodistas (del tipo que estamos describiendo), es su
cercanía inicial al campo literario. Los mejores periodistas del mundo, casi
fueron acunados por los libros -propios o ajenos, pero libros al fin- que
supieron ‘devorar’ sin que los hayan obligado para aprobar académicamente
asignaturas. Los periodistas que no leen libros, que no gustan de la literatura
(en general), los que no se desviven por conseguir las últimas publicaciones,
al extremo de preferir una, antes que consumir ricos potajes o comprarse una
camisa o unos zapatos, podrán llegar a ser puntuales dadores de la noticia,
pero buenos periodistas, imposible. Esa es la cercanía casi umbilical, y un
requisito elemental, que existe entre la actividad periodística y la actividad
literaria.
¿Qué clase
de periodista sería el que escribe universidad con ‘h’ y asume la jefatura de
redacción? ¿De qué calidad de periodistas estaríamos hablando si después de
haber ejercido la profesión durante mucho tiempo, siguen desconociendo
concordancias de género y número en la producción de la noticia y el
comentario? Y esos defectos, en el periodismo tiene nombre: aversión a la
lectura, aunque juremos que somos lectores, académicos o genios, porque, por la
forma de cómo hablamos o cómo escribimos, nos delatamos los periodistas.
La
literatura siempre estuvo presente en el periodista como una insaciable
necesidad de leer y una insaciable necesidad de ir mejorando la dicción y la
redacción. Y los que no estudiaron periodismo, digamos en una academia, pero la
ejercieron exigiéndose lectura, al decir de Diego Cornejo, podrían
autodefinirse periodistas por convicción y escritores por necesidad
periodística. Son actividades porfiadas e irrenunciables, ambas; al final de
las cuales, y agazapada tal vez, se encuentra la tentación última: escribir y
publicar. Más allá no queda nada. Más acá “el silencioso combate con el
lenguaje”, que por cierto también es juego, experimentación, apuesta. Escribir
por el hecho de ser periodistas; hacerlo por la necesidad instrumental de
explorar las infinitas formas del lenguaje, por hilvanar los inacabables
derroteros de las historias en las que nos perdemos y a la vez nos encontramos.
¡El periodismo, la literatura y la vida!
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