Necías E. Taquiri Y.
Dicen que los periodistas no moderados de Ayacucho, el Perú y de todo el planeta, andamos buscando dónde hay líos, divergencias, lucha, segregación, bronca, peleas, riñas, ojerizas, escándalos, para elaborar nuestras noticias y llenar las páginas de nuestros medios con fotografías, pelos y señas, a fin de presentarnos como periodistas objetivos.
También dicen que actuamos así porque “eso es lo que le gusta a la gente”, “le satisface el morbo”, “le toca la yema del masoquismo que, en cierto grado todos poseemos”, “alimentamos su sed de venganza” o simplemente abona el chismorreo.
Dicen que, porque los periodistas somos inmensamente puros, y representamos a casi todas las comunidades de mamíferos superiores, género político que en este país incluye a los que, allá arriba, succionan con fruición las tetas del Estado, y aquí abajo prolifera con la manada de sobones, si algo queremos saber de lo que pasa en doquier pueblo, dicen que “basta con que nos pongamos a ‘navegar’ por las páginas de un periódico, por las ondas de las radioemisoras o las imágenes de la ‘Tele’ (con mayúscula, por favor, porque ese es el medio ‘superior’, digno de los especímenes también superiores, con el perdón del caso por haber dicho que era el set de los payasos), para entrar en onda”.
Pero, como los periodistas somos muchos y la competencia es alta, también en esta villa del señor, y no se ‘gana’ la competencia con caras bonitas ni repitiendo las mismas cosas, de pronto ‘resolvemos el problema” inventando la primicia en el campo de la contradicción arriba citada, para demostrar que en esta profesión tiene que imponerse el principio darwiniano del ‘gana el más apto’.
¿Conocen ustedes el radar? O, por lo menos, ¿saben para qué sirven los radares? Pues, para hacer lo que hacen los periodistas: detectar casi naturalmente los escándalos y los conflictos. Sólo que en nuestro caso, cuando no podemos captar los conflictos reales, y hay que llenar de escándalos los periódicos o los noticiarios, los imaginamos, convirtiendo el oficio en alquimia, cuando si es preciso transformamos los denominados procesos digestivos en “graves disensos”.
¿Competencia?, ¿contradicción?, ¿desinformación?, ¿Puras batallas inventadas donde sólo hay escaramuzas, terremotos donde solo hay temblorcitos, sabiendo que sus magnitudes no se podrá medir en magnitudes de Ritcher? ¿Simples flatulencias intestinas llevadas al terreno de la competencia periodística?
Los usuarios avisados (oyentes, lectores y televidentes), es decir, preparados o informados, evalúan quiénes somos y cómo somos los que poblamos la fauna de la información y el comentario; y evitan alimentarse de golpes de estrépito, porque distinguen las cuerdas acariciantes de la verdad, aunque los periodistas hayamos aprendido la maña sensacionalista de introducir en cada nota periodística, los consabidos y urticantes pífanos, tambores y trompetería sobona, mentirosa, corrupta en la prensa, que a veces “le gusta a la gente”.
En medio de este accionar insidioso de los que encuentran o inventan contradicciones en el seno del pueblo y lo acicatean noche tras noche en la Tele para dividir y posibilitar a que reinen los diablos del mal, reina el proverbio afgano que levanta el placer de la guerra: “Yo y mi país contra el mundo. Yo y mi tribu contra mi país. Yo y mi familia contra mi tribu. Yo y mi hermano contra mi familia. Yo contra mi hermano”. Eso, habiendo cosas más amables fuera del fango.
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