Necías E. Taquiri Y.
Asistí a cierta maestría por pura curiosidad –porque me habían dicho que era ‘la muerte’, y que estaban repartiendo grados de magíster, casi como quienes reparten propaganda para una función de Sonia Morales-, y me gané un pase extraordinario. A la vergüenza, obviamente, porque la gente diría que en todas partes ‘las maestrías son así’, y que obtener un grado de ésos, que antes hubiera sido un orgullo, es como irse al mercado Santa Clara y encontrarse con ratas ‘elegantes’ que te reciben en la puerta, pero sólo para robarte. Más o menos así.
En un curso supuestamente de ética que estaba dictando un ‘doctor’ (supongo, porque ahora dudo de casi todos los doctores, después de haber escuchado a Miguel Ángel Cornejo, José W. Lora Cam y al Dr. Tres Patines, este último que funge de vocal), exponían sobre Sodoma y Gomorra. “No hay que ser como ellos que convirtieron al pueblo en que vivían en una ciudad de M, e hicieron caer al imperio, por haberse corrompido” (decía, mientras los maestristas –o maestrandos- escuchaban atentos, algunos hasta con la boca abierta, ante tan ilustrativa disertación).
Sodoma y Gomorra ¿’fueron’?, me inquieté. ¿Fueron qué? ¿Los hijos o nietos de Rómulo y de Remo, o del último emperador de ese imperio? ¿A lo mejor dos gemelos malditos que porque tenían poder se excedieron con las féminas? ¿Dos funcionarios mal asesorados por sus parientes, metidos también en el poder por esas costumbres de favorecerse entre sí, desde que la sociedad está dividida en clases y una es la que detenta el poder? ¿De quiénes creían que estaban discutiendo ‘a tan alto nivel’, con conocimiento así de la historia universal (distorsionada), para mostrar los malos ejemplos de ética y moral? Vaya uno a saberlo, pero hablaban de Sodoma y Gomorra, como si fueran ‘personas’ (eso sí escuché nítidamente).
Hasta donde yo sé –a menos que también me hayan engañado-, Sodoma, junto a Gomorra, era una de las cinco ciudades de la Pentápolis, situada en el valle de Sidim a orillas del Mar Muerto, a las que -según refiere la Biblia en el capítulo 18 del Génesis- destruyó Dios por medio de fuego y azufre, porque su pecado era muy grave. Abraham había intercedido antes, habiendo logrado la promesa de que no la destruiría si encontraba 10 justos en ella. Pero, dos ángeles de Dios que entraron a Sodoma y se alojaron en la casa de Lot fueron atacados por los sodomitas con intenciones de abusar de ellos. No lo lograron, porque los ángeles cegaron a los asaltantes.
Ante este hecho los sodomitas pretendieron agredir a la familia de Lot, por lo que fueron sacados de la ciudad de Sodoma para salvarse. El Señor la lluvia de fuego y azufre que quemó completamente Sodoma y a sus habitantes, por pecadores. El fuego divino también destruyó Gomorra. La sodomía desde entonces, designa a quienes practican diversas clases de “aberraciones” como la homosexualidad, el sadomasoquismo, la necrofilia, y otras formas de la perversión humana, no solamente por la homosexualidad de sus habitantes, sino, por su actitud violenta y el sometimiento al poder arbitrario, a la privación de la libertad y la dignidad de los demás, así como por el descaro de ufanarse de sus pecados.
Pero, de eso a que las cosas que están pasando en la realidad peruana o mundial, ¿puede aceptarse que en una maestría, por muy ‘vivos’ sean sus ‘docentes’, hagan creer semejantes barbaridades? Considero que no, no y no, por mucho que algunos intelectuales del medio consideren que ‘no importa cómo se obtenga la maestría, lo importante es que ministros como Chang o Salas consideren esos cartones como signos distintivos de calidad profesional. Por lo demás, ya estamos viendo cómo es que ‘el desempeño docente’ de ciertos doctores de la maestría, está dejando mucho qué desear. Porque, del reparto de temas para que por grupos expongan los maestristas con diapositivas o papelotes, han pasado a las exposiciones magistrales, donde Sodoma y Gomorra -a lo mejor- se matan a balazos. ¿Y el análisis científico Sr. Watson? No hay.
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