jueves, 17 de noviembre de 2011

LA DULCE ESCLAVITUD DE LEER


Necías E. Taquiri Y.

Estamos de acuerdo con que la actividad de leer trae consigo muchas ventajas y satisfacciones. En consecuencia, al resultado inmediato de saber siempre mucho más que del no lee, se añade la justificada actitud de altivez, que no se contrapone a la modestia. En dosis apropiada la altivez es necesaria. Por ello, el niño que siempre está leyendo una novela, un periódico, una obra, un diccionario o sus propios apuntes –aunque fuere-, siente que lleva consigo un aire de superioridad cuando opina, responde o pregunta, porque no lo hace como cualquiera…, lo hace como un lector.

Esa altivez del lector debe parecerse –pensamos- a la altivez mostrada por el que tiene más plata; del que acumula más canicas, del que acumula más costales de papa, mayor cantidad de vacas o del porquero con más cabezas de ganado. La diferencia entre el que acumula más saberes y el que más fortuna posee, sin embargo es cualitativa. Por eso se dice que, poseer plata equivale a cantidad y tener más cultura, a calidad.

El ‘culto’, aunque no lo diga jamás por sí mismo, exige indispensable respeto hacia su persona en señal de justipreciación por lo que hace (leer). Y el ‘rico’ hace lo propio: exige respeto ‘por lo que tiene’. Si no lo logra, lo compra. En doquier sociedad pequeña, provinciana o metropolitana, se rinde homenaje al dueño de la empresa, al que paga el sueldo de los empleados, al que contrata la orquesta o paga la comida. No por ellos mismos, sino por su dinero. Si la sociedad fuera justa, los homenajes todos serían para el dinero de fulano o la fortuna de mengano. Por hipocresía, se brinda respeto al dueño.

En medio de esta contradictoria brillantez, nuestro país lo hace por su riqueza, y esta se expresa en su naturaleza, sus múltiples recursos, extensiones de terrenos, montes, quebradas, suelos y subsuelos ricos, que se encuentran en manos de pocas personas, más que por la calidad de personas cultas, educadas y equilibradas que viven sobre el terruño. Los niños y jóvenes de sus escuelas, colegios y universidades, salvo excepciones, tienen la fama de no ser buenos lectores, y cada foro o medición de la calidad de la educación, ubica internacionalmente a los nuestros en los últimos lugares. Si nos midieran por lo material, no estaríamos tan abajo.

Es decir, transfiriendo la comparación a estos terrenos, podríamos ufanarnos acaso de ‘poseer riqueza material’, de cantidad de cosas o de dinero, pero no de poseer niños y jóvenes internacionalmente educados. Cantidad y no calidad. En los discursos de los presidentes de república escuchamos promesas muy interesantes: liderazgo económico continental por encima de Chile y analfabetismo cero al finalizar su gestión, en el caso de Alan García por ejemplo. Si se hubiera conseguido lo primero se habría asegurado la primacía de la cantidad para beneficio de unos pocos. Si se lograba erradicar el analfabetismo (cosa improbable de acuerdo a todos los cálculos) no se habrá garantizado un país culto, con hombres de calidad, por el hecho de que los niños y jóvenes que saben leer (la técnica), no alcanza el promedio de tres libros por año. Es decir, seguiríamos mal en cantidad y en calidad.

¿Cuántos libros por mes leen los estudiantes peruanos de cualquier nivel? ¿Qué tipo de libros leemos los mayores? ¿Cuánto es el tiempo de permanencia promedio de los estudiantes en las bibliotecas, en las discotecas, en la calle o frente a la TV? ¡No se mide con el dinero la calidad de personas, y los pobres no salen de su condición rezando ante el Señor de Quinuapata, consumiendo cientos de cajas de cerveza en una fiesta tradicional, ni admirando el triunfo comercial de la familia Añaños! Esa es la verdad.

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