viernes, 18 de noviembre de 2011

¿SOBACOS O PEZUÑAS?


Necías E. Taquiri Y.

Resultará ridículo o preescolar, que a estas alturas del debate nos pongamos a hablar de sobacos o de pezuñas. Pero, no tenemos más remedio que hacerlo, porque son temas que tienen que ver con la educación, la salud, la tranquilidad y la seguridad de las personas que viven en una ciudad y, ¡las pasamos mal!, cada vez que subimos a los vehículo de transporte público y soportamos esos olores fétidos, pestilentes que emiten algunos señores y señoras que no se lavan las axilas y los pies.

Como no hay ONG que se haga cargo de este mal social, ni asociación de transportistas que hagan algo por enseñar a sus pasajeros a no viajar apestando, ni cura que predique contra esos olores, así como enseñan a persignarse cada vez que pasan por la puerta de una iglesia, recurrimos a la educación y la crítica, para ver si de cada cien oyentes, convencemos por lo menos a uno, a que por favor sean más aseados.

Pueda ser que ciertos hogares de escasa condición económica no tenga forma de utilizar un buen desodorante después de cada baño, pero no se justifica de ninguna manera que se renuncie al jabón y a una toalla para deshacerse de esos olores que más parecen de perro muerto. “Se paran a tu lado con los dos brazos elevados para sostenerse en los pasamanos y te hacen la vida imposible que dan ganas de empujarlos por la ventana o tirarte tú por ahí, para no morirte de desesperación, porque es insoportable”, nos decía un oyente. “Claro, ellos mismos, ni cuenta se dan y hasta viajan con ropa escotada”.

Huelen, mejor dicho, hacen oler a medio mundo “a sebo putrefacto, posiblemente después de haber jugado fulbito o luego de una caminata de muchos kilómetros, a sustancia grasa producida por la piel, que se mezcla con el sudor y con el polvo acumulado” formando una costra que atrae a los microbios, y éstos, al multiplicarse, la hacen fermentar hasta la degradación, y contaminan el medio de transporte, sin que nadie diga algo ni haga algo, ni el chofer ni el cobrador, porque ellos mismos, son como si integraran la banda de los cochinos”.

En Ecuador por ejemplo, la Organización de Consumidores y Usuarios, publica por lo menos en su revista OCU-Salud, un estudio sobre este tipo de contaminación, sobre sus repercusiones en el consumidor y la forma de combatirla. Y dice: “Los malos olores ambientales, provocados por personas relativamente ociosas, sucias y supuestamente pobres, contaminan el espacio vital del hombre, y si bien no llegan a ser tóxicos o letales generan malestar, molestias respiratorias, alteraciones psicológicas, etc.”. Lo cierto es que los malos olores afectan al bienestar y la calidad de vida de las personas, contempladas por la Organización Mundial de la Salud que advierte: si hay malestar, hay un problema de salud, y si hay un problema de salud, ¿por qué se callan la boca, tanto la municipalidad o el hospital?

Tradicionalmente este tipo de problemas se han sufrido con resignación, con la idea de que el olor (malo o bueno) es algo subjetivo. Sin embargo, no es así. La OMS sugiere que “es posible recurrir a un estudio olfatométrico, que proporciona muchos más datos sobre la intensidad del olor y la sensación que produce en la población. La olfatometría es un método reconocido científicamente y es oficial en algunos países (en Holanda, por ejemplo). Se basa en el propio olfato y sigue un complejo proceso para determinar la magnitud del problema y establecer las posibles soluciones. A partir de ahí, se puede escoger la que, siendo viable, dé mejores resultados. El primer paso es la denuncia y el siguiente una protesta. ¿Se imaginan ustedes una movilización contra el mal olor de sobacos y pezuñas en los colectivos, dirigida por la organización de usuarios y consumidores? Yo sí, y espero que pronto ocurra. Y, en última instancia, los afectados tienen la posibilidad de acudir a los Tribunales, porque ese recurso está garantizado también por la OMS.

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