Necías
E. Taquiri Y.
Aunque dicen ‘caras vemos, mas no corazones’, la experiencia
–nuestra y ajena- demuestra lo contrario. Sin haber llegado a dominar gestos a
lo Marcel Marceau, ese gran mimo judío que llegó a ser considerado ‘tesoro
internacional’ y que alguna vez lo tuvimos aquí, los peruanos con la cara que
llevamos, hemos aprendido a delatarnos sólo mostrándola, mientras caminamos por
las calles de la vida –casa, trabajo y plaza pública-, y, tal cual somos
en cuerpo y alma, como libros abiertos exponiendo sus letras en negrita, a
quienes saben leer.
Por las comisuras de los labios o de los ojos, en la frente
arrugada o la calvicie parcial o total, por las narices o por la mirada, por
nuestro caminar lento, apurado o desesperado, por la facilidad con que nos
ruborizamos, por el volumen de nuestra voz, por el peinado, la ropa o la
curvatura de la columna vertebral, por la coloratura oscura de nuestras manos
–acaso diferentes a la palidez de nuestras partes cubiertas-, y en fin, por la
forma de sentarnos, de cuchichear, de mirar a nuestros superiores o de
satirizar a los que creemos inferiores, con el rostro –mostrado en esas
circunstancias- ¡lo decimos todo!, sin quererlo ni desearlo y hasta tratando de
disimularlo totalmente.
Tu rostro lo dice todo: tu condición económica, tu alegría y tu
tristeza, tu ridiculez, tu mediocridad o tu autosuficiencia, tu grado de
hipocresía, tus miedos y tu seguridad, tu odio o tu amor, aunque como las
mujeres feas de nuestro tiempo o de rostros destruidos por exceso de
cosméticos, aumenten cada vez más la cantidad del mismo veneno facial para
disimular sus desgracias. Tu cara no miente, tus palabras tal vez.
Tras haber aprendido esa lección de sabiduría en la universidad de
la vida (que a veces es lectura y otras veces la enseñanza de los que más años
de existencia han acumulado), nos pusimos a observar a cuanta gente pasaba por
la callecita Dos de Mayo de la emblemática ciudad de Ayacucho. Tierra
prodigiosa de un millón de rostros, comprobamos que es. Escrutadores
predispuestos, tratamos de descubrir en cada quien, los problemas que cargaban,
sus alegrías, su tranquilidad, sus apuros y desesperaciones, mientras por ahí
desfilaban.
Tal vez exageramos un poco, pero vimos hasta cadáveres vivientes
transitando por esa calle. Enfermos unos y otros arruinados en sus empresas;
profesionales sin trabajo o con trabajo malamente remunerado; amas de casa como
indicando que les faltan dos soles para parar la olla de ese día, y dejar la
barriga llena de sus numerosos hijos; ladrones de siete suelas
fungiendo solvencia moral, pero con el rabillo de los ojos cuidándose de
los que pudieran descubrirlos; académicos en decadencia que al no haber
adquirido el hábito del estudio delatan su rezago hasta cuando dicen que saben
mucho; limosneros consuetudinarios de miradas más honradas y menos culposas que
ciertos funcionarios; estudiantes lúcidos pensando en cómo escaparse del país
para evitar que la crisis del futuro los agarre por aquí; periodistas
bizcocheros ensayando futuros precios para sus noticias sensacionalistas;
y, en fin, como en película de ciencia ficción, transeúntes de toda
condición, aparentemente 'bien protegidos' en gabardinas finas, chompas
Jorge Chávez, botas, tacones y corbatas, o los otros, humildes, sencillos y con
menor carga de conciencia, al fin desnuditos de alma ‘penando por este valle’,
simulando y disimulando, y, unos cuantos ciudadanos tranquilos de
conciencia o con menos problemas o con problemas superables, felices
sinceramente, en medio de la fauna de mentirosos fabricados por el
neoliberalismo.
Rostros habladores, teníamos en potencia. Lo descubrimos. Y
espejos también, vimos por ahí.
2 comentarios:
Felicitaciones por el comentario: es la pura verdad.
No seamos impulsores de la hipocresía, sino de la sinceridad, en todo orden de cosas.
Gracias.
Felicitaciones por el comentario: es la pura verdad.
No seamos impulsores de la hipocresía, sino de la sinceridad, en todo orden de cosas.
Gracias.
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