Necías E. Taquiri Y.
Una vez
comentamos sobre las maravillas que se pueden conseguir con solo utilizar las
palabras mágicas: muchas gracias. En la casa (con tus padres, tus hermanos,
hijos, primos, sobrinos, empleadas del hogar, vecinos o con tu esposa o
esposo); en el trabajo (con el jefe, con el compañero, con el subalterno, con
el visitante, con el usuario) o en la calle (con el conocido, si te cede el
paso; con el desconocido, si fue cordial contigo; con el mayor o con el menor;
con los varones o con las mujeres), etc.
La vida -y sus
múltiples pruebas- se habrá encargado de darte la razón si, por ejemplo, después
de haberte comportado como un patrón (solo porque eres el jefe, el esposo, el
mayor o el que más dinero tiene), asumes –correctivamente- una posición no solo
humilde sino agradecida, cuando pides cualquier servicio, aunque sea para que
la esposa te alcance los calcetines, utilizando el "por favor"
y los recibes con el "muchas gracias".
¿Verdad que es
maravilloso? No cuesta nada, no es difícil pronunciarlo, no te rebaja, no te
muestra tonto, no te presenta como un incapaz, sino todo lo contrario: te
radiografía ante todos los demás como un hombre tremendamente culto, superior,
sencillo, convincente, digno de ser querido y admirado, y sobre todo, ¡como el
ejemplo que te pondrán muchos padres de familia para sus hijos!
Y, mira, con solo
ser agradecido y pedir las cosas con cortesía, te conviertes en un referente de
persona. En cambio, a los demás hombres y mujeres del mundo que tienen mucho
dinero, harta ínfula, solvencia económica y acaso hasta varias profesiones o
diplomas suficientes como para empapelar sus salas y pasadizos domiciliarios
con tales distinciones, les será difícil o imposible alcanzar la categoría de
"modelos", si por otro lado, en su trato personal, familiar y social,
es, sobre todo, troglodita.
Bueno, digamos
que todo esto se nos ocurre escribir, tras haber observado cómo determinados
empleados de oficina, de agencias de viaje, de garajes, de tiendas comerciales,
peluquerías, juguerías, picanterías, etc., se comportan como si fueran
accionistas del Banco Central de Filadelfia, co-propietarios de la BBC de
Londres, amos y señores de la International Londinense de la Leche fresa, para
pena de ellos mismos, la lástima de sus clientes y perjuicio de sus
instituciones o negocios. En el Seguro Social, ni qué decir: algunos médicos
creen que son la encarnación de Christian Barnard y la mayoría de los empleados
se comportan como Rico Mc Pato.
¿Tendría la
bondad de cambiarme esta cucharilla mal lavada? Es el pedido común del
cliente que quiere servicios adecuados a cambio de su dinero. La respuesta es
de mamey: la cucharilla está limpia y no me vengas tú con que no la lavamos.
¿Podría informarme si está el gerente? Respuesta: ¿Y qué te has creído,
para preguntarme; eres de la policía, chismoso, sapo o pendejo?
Más ejemplos
podrían anotarse en esta sección hasta que se nos agote el espacio; lo
importante es que analizando el por qué de los fracasos institucionales o
negocios diversos, podremos darnos cuenta de aquello que muchos mensajeros
del éxito personal, comercial o institucional nos han venido enseñando en
cientos de libros de auto ayuda, que ahora se venden como pan caliente en las
tiendas, pero que aparentemente no prestamos atención o no queremos entender.
Son tiempos
difíciles los que vivimos; pero, por nuestra condición de seres pensantes,
podemos convenir en que mejorando nuestras relaciones, siendo más cultos,
inmensamente humanos, podemos hacer más llevadera la vida y más feliz nuestra
existencia. Total, tampoco vamos a vivir mil o diez mil años, como para estar
elevando nuestras petulancias durante tanto tiempo, que deberíamos dedicarlo al
buen vivir.
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