jueves, 9 de febrero de 2012

EL ROSTRO LO DICE TODO



Necías E. Taquiri Y.

Aunque dicen ‘caras vemos, mas no corazones’, la experiencia –nuestra y ajena- demuestra lo contrario. Sin haber llegado a dominar gestos a lo Marcel Marceau, ese gran mimo judío que llegó a ser considerado ‘tesoro internacional’ y que alguna vez lo tuvimos aquí, los peruanos con la cara que llevamos, hemos aprendido a delatarnos sólo mostrándola, mientras caminamos por las calles de la vida –casa, trabajo y plaza pública-, y, tal cual somos en cuerpo y alma, como libros abiertos exponiendo sus letras en negrita, a quienes saben leer.

Por las comisuras de los labios o de los ojos, en la frente arrugada o la calvicie parcial o total, por las narices o por la mirada, por nuestro caminar lento, apurado o desesperado, por la facilidad con que nos ruborizamos, por el volumen de nuestra voz, por el peinado, la ropa o la curvatura de la columna vertebral, por la coloratura oscura de nuestras manos –acaso diferentes a la palidez de nuestras partes cubiertas-, y en fin, por la forma de sentarnos, de cuchichear, de mirar a nuestros superiores o de satirizar a los que creemos inferiores, con el rostro –mostrado en esas circunstancias- ¡lo decimos todo!, sin quererlo ni desearlo y hasta tratando de disimularlo totalmente.

Tu rostro lo dice todo: tu condición económica, tu alegría y tu tristeza, tu ridiculez, tu mediocridad o tu autosuficiencia, tu grado de hipocresía, tus miedos y tu seguridad, tu odio o tu amor, aunque como las mujeres feas de nuestro tiempo o de rostros destruidos por exceso de cosméticos, aumenten cada vez más la cantidad del mismo veneno facial para disimular sus desgracias. Tu cara no miente, tus palabras tal vez.

Tras haber aprendido esa lección de sabiduría en la universidad de la vida (que a veces es lectura y otras veces la enseñanza de los que más años de existencia han acumulado), nos pusimos a observar a cuanta gente pasaba por la callecita Dos de Mayo de la emblemática ciudad de Ayacucho. Tierra prodigiosa de un millón de rostros, comprobamos que es. Escrutadores predispuestos, tratamos de descubrir en cada quien, los problemas que cargaban, sus alegrías, su tranquilidad, sus apuros y desesperaciones, mientras por ahí desfilaban.

Tal vez exageramos un poco, pero vimos hasta cadáveres vivientes transitando por esa calle. Enfermos unos y otros arruinados en sus empresas; profesionales sin trabajo o con trabajo malamente remunerado; amas de casa como indicando que les faltan dos soles para parar la olla de ese día, y dejar la barriga llena de sus numerosos hijos; ladrones de siete suelas fungiendo solvencia moral, pero con el rabillo de los ojos cuidándose de los que pudieran descubrirlos; académicos en decadencia que al no haber adquirido el hábito del estudio delatan su rezago hasta cuando dicen que saben mucho; limosneros consuetudinarios de miradas más honradas y menos culposas que ciertos funcionarios; estudiantes lúcidos pensando en cómo escaparse del país para evitar que la crisis del futuro los agarre por aquí; periodistas bizcocheros ensayando futuros precios para sus noticias sensacionalistas; y, en fin, como en película de ciencia ficción, transeúntes de toda condición, aparentemente 'bien protegidos' en gabardinas finas, chompas Jorge Chávez, botas, tacones y corbatas, o los otros, humildes, sencillos y con menor carga de conciencia, al fin desnuditos de alma ‘penando por este valle’, simulando y disimulando, y, unos cuantos ciudadanos tranquilos de conciencia o con menos problemas o con problemas superables, felices sinceramente, en medio de la fauna de mentirosos fabricados por el neoliberalismo.

Rostros habladores, teníamos en potencia. Lo descubrimos. Y espejos también, vimos por ahí.     

2 comentarios:

Prof. EDGAR JAYO MEDINA dijo...

Felicitaciones por el comentario: es la pura verdad.
No seamos impulsores de la hipocresía, sino de la sinceridad, en todo orden de cosas.

Gracias.

Prof. EDGAR JAYO MEDINA dijo...

Felicitaciones por el comentario: es la pura verdad.
No seamos impulsores de la hipocresía, sino de la sinceridad, en todo orden de cosas.

Gracias.