Necías
E. Taquiri Y.
Durante
seis meses nos hemos alejado de la actividad periodística para convertirnos en
ciudadanos comunes que observan la labor de los periodistas (después de 30 años
de ejercicio comunicacional personal). Nos referimos, obviamente, al periodismo
ayacuchano, porque del periodismo nacional no queremos opinar aún, debido a que
tampoco queremos confundir lo nuestro con las particularidades de la profesión
en otros lugares.
En ese tiempo, comprobamos que ‘periodistas’
hay de todos los tipos y en todos los medios: radioemisoras, canales de
televisión y periódicos pequeños que circulan con relativa periodicidad en la
ciudad de Huamanga.
Otro detalle importante,
observado durante estos seis meses, es que, si bien algunos periodistas
ayacuchanos, alcanzan informaciones con relativo cuidado, después de haberlas
redactado previamente y con apego a la objetividad exigida, los otros, de un
total de 200, aproximadamente el 90 por ciento, no hacen sino llevar apuntes,
grabaciones o filmaciones que, luego, con un castellano alborotado, sin decencia
ni objetividad, ni reparos de concordancia de género y número, ‘rellenan’
irresponsablemente con sus comentarios adicionales, llenos de suspicacias,
supuestos e hipótesis de toda naturaleza, con el denominador común, de que
actúan con una sabiduría supuestamente superior al de cualquiera. ¡Periodista,
pues!
Dan una noticia, por ejemplo
sobre las declaraciones de un alcalde, de un funcionario del gobierno regional,
del magistrado equis o del profesor zeta, o, a raíz de haber recibido una
llamada telefónica de cualquier oyente o televidente, y param-pampam, tienen el
pretexto exacto para regodearse durante el tiempo que les dé la gana, porque algunos
son empresarios-periodistas, y lo pueden combinar con sus 20 ó 40 textos
publicitarios, más una o tres noticias que, a veces, son monotemáticos y los repiten
de lunes a viernes con ligeras variaciones, dando (eso sí) lecciones de moral,
ética, razón, justicia y todo tipo de valores.
Todos los periodistas son
sabios, expertos y prístinos cuando hablan. Delante de los micrófonos de
cualquier radio, como mismos oradores. Y delante de las cámaras de televisión,
con todos sus gestos de grandilocuencia, muecas y señas.
No hay nada que no sepan los
periodistas de Ayacucho a profundidad. Saben tanto que cuando les da la gana
tratan de ignorantes a los ingenieros, porque una obra salió mal, y deben irse
a sus casas; de corruptos a cualquier funcionario, empleado o colega; y, en
fin, a cuantos se le crucen en el camino, o en cuanta noticia aparezca el pobre
ignorante, para merecer el veredicto calificativo del periodista sabio.
Algunas mujeres, que también se
dedican al oficio; desde el oscuro rincón de alguna callejuela de redacción,
nos atosigan el oído y la vista, con su moralina y complejos de superioridad,
que si dios existiera, sintiera celos por ‘haberlo superado’.
Y pensar que si les haces un
elemental seguimiento, estos sabios tienen, no yayas sino carcas en su vida
personal, y defectos en el oficio porque escriben así: “a venido”, “viajó ha
Lima”, “a ‘decido’ en su discurso”. Si se atrevieran a estudiar en la
Universidad, no aprobarían ni Español I. Y sobre filosofía o ética, saben tanto
‘como de alfajor, los asnos de monte’.
Si estos 200 periodistas se ‘trasladaran’
a ocupar todos los cargos de todos los funcionarios, jueces, fiscales, líderes,
militares, estadistas o alcaldes que critican a diario, calificándoles con
aires divinos matiné, vermouth y noche, Ayacucho sería el lugar más maravilloso
de la Tierra, o el moderno Olimpo del siglo XXI, en la tierra de las 33
iglesias. Lo malo es que, de esos 200, podrán 10, atreverse a tocar las cuerdas
de la guitarra con sus propias manos, ya que los demás, a lo sumo, preferirán
seguir como están: bla, bla y bla.
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