“MI PUEBLO ES UNA CIUDAD”
Necías E. Taquiri Y.
Cuando la vez pasada dos colegas casi peleaban por calificar ‘adecuadamente’ a Ayacucho (o Huamanga que, según algunos historiadores es igual), me dije, “genial, de esta discusión voy a sacar provecho. Al cabo de algunos minutos, sin embargo, como cuando decían otros que “el Perú no era un país pobre, sino empobrecido”, comprendí que estaba perdiendo el tiempo y me fui a la calle en busca de mejores argumentos.
Y es que uno decía que “la ciudad de Huamanga está así o asá por culpa del alcalde” (refiriéndose al arquitecto Martinelli), y el otro retrucaba muy sabiondo, “ya no parece ciudad, sino un pueblito”. “Los chutos caminan por las calles, los perros viven en las calles, la Plaza Mayor parece un coso, los vehículos se estacionan en cualquier lugar y las autoridades parecen gozar con este ambiente de mamarracho, de pueblo, de chacra” (insistía el que aparentemente se creía heredero de Pizarro). “Cuando llegue a ser alcalde, voy a restituirle su condición de ciudad”, le faltó rematar.
Ya no está el arquitecto Martinelli (salvo como recuerdo latente en la memoria de los que no lo olvidarán jamás por su ‘obra’ del terminal, tal como no olvidan a Ascarza por los árboles del Parque Sucre que mandó talar una madrugada, mientras el pueblo dormía), entonces, lidiando estamos ya con mi paisano Huancahuari, no tanto para definir con él la condición de ciudad o pueblito de nuestra querida Huamanga, sino para recordarle que –además de la pesada cruz del Terminal, que recibió en herencia-, por dios, algo tiene que hacer él, con apoyo de regidores, funcionarios y de nosotros mismos (dirigidos por él, naturalmente), a fin de lograr que las calles de Ayacucho, no se parezcan cada día a las rutas de Sacsamarca o Lucanamarca, nuestros particulares lugares de origen.
Cubiertas parcialmente de cemento, adornadas de huequitos, huecos y huecotes, las calles de Huamanga ya parecen ser la bajada de Wiskaranra, allá por las rutas de Huancasancos. La vez pasada, cuando llegaron periodistas amigos –no tan famosos como Hildebrandt, ni tan directos como él, pero más sensibles quizás-, decían que “el alcalde debe priorizar el mejoramiento de sus calles, para no irse de este mundo, sin pena ni gloria, como sus antecesores”.
Sí pues, estamos tan afectados que ya quisiéramos tener alas para no transitar por ellas o privarnos de narices para no respirar partículas de tierra con olor a caca de perro por donde caminemos. No podemos seguir así, señor alcalde, paisano, amigo, hermano. Así no.
Suponemos que el que lo antecedió no le habrá dejado dinero ni planes de continuidad para estos asuntos. Además los alcaldes nuevos lo único que hacen es ejecutar lo que ya fue cocinado por el que se fue. Sin embargo, desde enero 2012, con los regidores como soldados nuevos, espero se dediquen a tapar todos los huecos habidos y por haber en todas las calles, adecuadamente.
Luego vendrá la limpieza. Tarea que, por cierto, no corresponde únicamente a los trabajadores de baja policía, sino a todos los ciudadanos de Huamanga (¿o debo decir ‘pueblerinos’?), ordenados por su autoridad y bajo pena de obedecer sí o sí, vía cualquier mecanismo. Entonces nos sentiremos orgullosos de que un ayacuchano de corazón, pudo por fin limpiar, resanar, modernizar la ciudad, para orgullo general, para preservar la salud y hasta para curarnos del estrés, que aquí se ha convertido “es-cuatro”.
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