ENSUCIÁNDONOS LAS BOTAS, TENEMOS QUE AVANZAR
Necías E. Taquiri Y.
Gracias a los teléfonos celulares, el internet y los otros artificios que la tecnología nos ha puesto en manos para comunicarnos con rapidez, es que los hijos que vivimos lejos de nuestros padres ya no los visitamos, un poco habiendo matado con esa actitud el calor familiar que se siente en la reunión presencial, hasta con nuestros hermanos, como cuando de pequeños, alrededor del tullpa, rozándose nuestras gélidas rodillas, a las cinco de la mañana o a las siete de la noche, compartíamos el yaku timpu, con su canchita y respectivos quesos, y su sara lawa, al amanecer o al anochecer.
Este relato ‘leído para nuestro cerebro’, porque es para eso que escribe uno, antes que para los demás, suena a flor artificial adornando la cripta de papá, que en nada puede compararse con el manojo de rosas frescas que con motivo de su cumpleaños, el Día del Padre, su décimo séptimo aniversario o por ser domingo, le llevas al camposanto y colocas en su florero, tras haber pronunciado un padrenuestro, si eres cristiano, o como nosotros, ateos a toda honra, tras un: ‘viejo lindo, espero te gusten sus aromas, como cuando tú mismo lo manifestabas al regarlos en tu jardín’.
Es que, nada hermoso hay en la vida como hacerlo todo al natural, sin artilugios, sin tapujos y frontalmente. En todo orden de cosas. Dicen que, por ejemplo, en el ejercicio de la enseñanza-aprendizaje utilizando tecnología de punta, mis colegas se regodean poniéndoles cuadros hermosos de fondo, música clásica, proyecciones en cascada y película relajante, durante una clase. Y dicen que por eso, ahora son mejores profesores. Me niego a creerlo insistentemente, porque habiéndolo utilizado como recomiendan, en las exposiciones por ejemplo de la maestría y el doctorado, o en las charlas sobre relaciones sociales que nos piden en doquier institución, ah, caracho, siento como que hubiera comido un rico estofado de pollo pero con palitos chinos. En cambio, si lo hago al natural, con el lápiz y el cuaderno, con la tiza y la pizarra, con mis bromas y mis ejemplos de vida cogidos de la realidad presente, uf, estoy como el pez en el agua, con todos los estilos, distancias, y en profundidades diferentes, nadando al natural, y sintiendo que he cumplido con mi rol, educativamente (chayraq).
Lo propio sentimos en el ejercicio periodístico, cuando entrevistamos al campesino en su chacra, al estudiante en su aula, al artista en su taller, al funcionario en su despacho, al científico en su laboratorio, al luchador en el campo de batalla o al ganadero en el pastizal, grabadora en mano o cámara fotográfica, y mejor, si fuera solo con nuestro cuaderno de campo, porque así fue cómo nos enseñaron los maestros que aún recordamos, a hacer periodismo ensuciándonos las botas en el camino ‘para avanzar sintiendo la dureza, la disparidad o el pedregal del suelo que nos soporta’. Esto de las botas, también a propósito de aquello que nuestros abuelos nos decían para medir cuánto se había mojado el suelo para sembrar, porque no había mejor forma que hundiendo los tacos, o lo que nuestros maestros del Ciclo Básico nos decían: si uno quiere investigar el aroma de las flores, no podemos ni debemos desde el lomo de nuestra bestia, sino bajándonos para cogerlas, olerlas o disfrutarlas.
Por eso mismo, eso de que yo grite desde mi cabina “vengan a responder a mis preguntas en vivo, y si quieren con todos sus legajos”, puede suplir la interferencia del teléfono y el diálogo impersonal cuando no nos estamos viendo cara a cara, pero también suena a facilismo, a no sentir ese otro gustito que, “en vez de que ellos vengan hacia mí, yo vaya hacia ellos y los entreviste” en su chacra, en su taller, en su oficina, en su fuero, allá donde se hace la noticia, y allá donde tengo yo la obligación de recabarla, porque para eso soy periodista y al natural es mucho más satisfactorio y hasta meritorio obtener la información.
Todos los otros arreglos de edición, todo el esfuerzo de interpretación y toda la batería propositiva que luego hago en el escritorio después de haber recogido sensitivamente en el lugar de los hechos, es el trabajo adicional, profesional, especial y lícito que deviene del trabajo anterior. Porque, por lo demás, no debería (aunque se pueda ahora con la tecnología) pedir que, por ejemplo, el vaquero me traiga la prueba del delito a mi cabina (en un supuesto abigeato) con la vaca que fue degollada, o que me traigan el puente que se ha caído para demostrarle al ingeniero que se ha llevado la cuarta parte del material de construcción, con fines de robarse lo que corresponde a la obra.
Mejor es, como en el banquete, disfrutar tú mismo la comida. Con tus propios dientes, con tus manos, ensuciándote la corbata y sintiendo la salsita, el ají y el limón estimados. En directo, por supuesto.
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