Necías E. Taquiri Y.
Cuando fuimos a la Facultad de Ciencias Sociales, invitados a hablar sobre la Problemática de la Universidad Peruana, dijimos que en perspectiva hay salidas, aunque actualmente estemos viviendo –los miembros de la comunidad universitaria- una crisis tal que sólo nos salvaría una segunda reforma. Tarea, por cierto, harto difícil si tenemos en cuenta que sus impulsores, los llamados a poner los puntos sobre las íes, esto es, los estudiantes y los docentes estamos mal organizados o casi desorganizados, y somos capaces de reaccionar únicamente cuando nos pisan la cola, chocan con nuestra barriga o hincan nuestros intereses meramente individuales. Eh, ahí, el problema, como dirían los clásicos.
Sobre el papel de los estudiantes -motor y razón de la universidad-, que además serían los que impulsen -con una organización y planificación adecuadas la ansiada reforma universitaria, para evitar que se conculquen las reivindicaciones de sus antecesores de América Latina y se alcancen otras nuevas-, serán ellos los que en concordancia con su rol histórico y saliendo de esta suerte de marasmo de varias décadas, reaccionen y encabecen el movimiento universitario en su conjunto, obviamente vinculándose con las organizaciones, instituciones y sectores del pueblo, entendiendo sus problemas, moviendo alternativas de solución y haciendo carne el sentimiento y sueños del pueblo peruano.
En el caso de los docentes, el asunto está en que hay que liberarlos de sus ataduras –especialmente grupusculares, de padrinazgo y de evidente corte y estilo mafioso-, especialmente cuando asumen cargos y se convierten en burócratas. Entonces, ‘con absoluta libertad (Encinas, un Ensayo de Escuela Nueva en el Perú) podrán obrar creativamente. Eso supone, una de las siguientes dos cosas: una, que en sumo grado y hasta donde sea posible, aquel que fue para ser docente universitario, no se manche las manos con las ‘bondades’ de los carguitos de confianza o los logrados por elecciones ‘montesinistas’; o que, si eso fuera ya indispensable o inevitable, tampoco se convierta el docente-funcionario en la cuña o soporte del grupo imperante, hasta en las cosas administrativas aberrantes. El ejercicio de un cargo de estado no supone que el maestro haya hipotecado o vendido su libertad, en la escuela, el colegio o en la universidad.
Si un docente ganó un concurso para enseñar en aula, laboratorio o en el campo de su especialidad, ¿qué hace ahí fungiendo de decano, vicerrector o administrador de bienes y servicios? Es absurdo. A menos que, como conocimos casos particulares, hayan seguido una carrera (carrera y no cursos de poca monta y duración) para administrar universidades. En ese caso, aquel que estudió para manejar, dirigir o propender universidades, pues que se dedique a hacerlo y tampoco se meta de docente, porque quienes tienen alma de empresarios no pueden tener alma de proletarios. Imposible. Lo otro, esto es, atender a medias la administración universitaria, a medias la docencia universitaria, a medias la investigación universitaria y a medias la proyección social, es engañar y engañarse, o, como diría un filósofo oriental, montar dos caballos al mismo tiempo.
Así el docente (ya dejando de lado a los administrandroides), podrá ser político en toda la amplitud de la palabra, evitando únicamente ser acólito, para entender los problemas de la sociedad y desde su trinchera académica hacer entender esos problemas a sus estudiantes, lo que implica, por supuesto, mayor y mejor preparación para el docente, desde las primeras letras, en el entendido de que los jóvenes estudiantes necesitan ciencia, técnica y ternura, así como en la educación básica, para su eficaz formación profesional. Encinas decía, sobre el particular: “hay que borrar del consenso la clasificación de los maestros en primarios, secundarios y universitarios; habrá que crear un escalafón científico que conceda el verdadero valor personal a los maestros de acuerdo a su capacidad intrínseca”.
Si con esos parámetros trabajan los maestros, esto es, con los alumnos y con la comunidad, así sea abogado, ingeniero o profesor, hasta los exámenes memorísticos, escolásticos, obligatorios, escritos o transcritos, pasarán a ser un deporte y no un castigo. “Técnicamente el examen es un absurdo en la escuela primaria, un error en la secundaria e inútil en la universidad”, decía Encinas. A los estudiantes hay que decirles que se preparen para la vida, y no para los exámenes. Para la lucha por la vida, dejando de lado este sistema de engaños que todavía se practica, hasta en las escuelas de posgrado.
Es decir, un sistema de cambios de conducta para salvar a la universidad. Los otros asuntos: presupuesto, sueldos, métodos, méritos, obras, concursos, horas de trabajo, etc., son importantes, pero no tanto como los profesores y alumnos, llamados a ser hombres universitarios antes que imitaciones, como sentenciaría Ingenieros. Hay que intentarlo o morir en el empeño.
Finalmente las autoridades, que ojalá se acerquen más a sus docentes, antes que a los ministerios, deben exigir de sus facultades académicas, oportunos pronunciamientos acerca de la problemática que les atañe por especialidad, con sus correspondientes propuestas institucionales.
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