NECIAS TAQUIRI YANQUI
Suele decirse que criticar es fácil. Que cualquiera
critica. Que con la crítica no se construye ‘absolutamente’ nada, etc. ¡Falso
de toda falsedad!, a menos que estemos confundiendo lo que es científicamente
la crítica, con los comentarios libertinos o vulgares que se permiten algunas
personas especialmente desinformadas, o personas que vieron la cosa criticada por
el forro o por la apariencia. Eso es otra cosa, no es crítica. Eso podría
llamarse ‘raje’, ‘chisme’, ‘prejuicio’, ‘insulto’, ‘infundio’, ‘injuria’, etc.,
pero no crítica.
Con esta introducción, afirmamos que la crítica auténtica
no es fácil, sino, muy al contrario, una actitud difícil. Porque si criticar
fuera fácil, cualquier gobernado criticaría a sus gobernantes cuando éstos se
equivocan, y no lo hace por miedo o porque no está preparado para hacerlo; los
hijos criticarían a sus padres, si éstos, lejos de enseñarles con el ejemplo,
mas bien les dan malos ejemplos; los alumnos criticarían a sus profesores, si
como se dicen ‘andan enseñándoles improvisadamente’ o los engañan temas que no
tienen sentido ni les trasmiten provecho.
La realidad nos dice que la criticidad es patrimonio de
pocos. De los que se identifican con los problemas de su entorno, que además
los comprenden; de los que se atreven a hacer lo que otros no, y, en
consecuencia, de los que saben más. Una de las deficiencias de la educación actual,
merced a lo que informan los evaluadores de las capacidades estudiantiles, es
su poca capacidad crítica, incluso sobre una obra literaria que acaban de leer.
Memorizan personajes, escenarios, argumentos, desenlaces; pero, no muestran
capacidad inferencial, esto es, habilidad para trascender la información
explícita del texto descubriendo significaciones ocultas, formulando hipótesis,
elaborando conjeturas; y, sobre todo, les falta capacidad crítica, o sea,
aptitud para juzgar, evaluar, comparar, reaccionar y proponer ideas frente al
contenido del texto a la luz de su experiencia, conocimientos, emociones o
valores.
Los niños, adolescentes y jóvenes capaces de analizar las distintas alternativas de la realidad que viven, pueden y deben criticar, así como pueden y deben tomar decisiones meditadas, autónomas y responsables. Criticar es –lo repetimos otra vez y con todas sus letras- “juzgar, evaluar, comparar, reaccionar, proponer ideas” no sólo frente al contenido del texto a la luz de la experiencia, sino, frente a un sistema, un fenómeno, un hecho, una institución, una gestión o frente a la persona criticada, con fines –eso sí- de construcción, como explicamos alguna vez en comentario similar.
La crítica es parte de nuestra capacidad intelectual, y su
ejercicio es fundamental para el desarrollo de las ideas y de la práctica
social. Nos referimos a la crítica respaldada por el compromiso con la verdad
en sus distintas manifestaciones y con la responsabilidad humana y social de
participar de forma activa en los diversos ámbitos de la vida social.
No estamos hablando de la “cultura de polarización que
sustenta, en gran medida, nuestro comportamiento ciudadano, que tergiversa el
verdadero sentido de la crítica y la maltrata hasta convertirla en un instrumento
destructor y consiguientemente obstaculizador de cualquier esfuerzo serio para
construir una auténtica convivencia ciudadana en lo social, político, económico
y cultural”, como dice el Dr. Juan B. Arríen (nicaragüense), porque eso está bien para
los enemigos, mas no para los que estamos de un mismo lado, para los que
compartimos una misma vida social, los que todos los días ‘nos acompañamos’ y,
en última instancia, para los que somos compañeros.
La crítica es un proceso de permanente esfuerzo por entender y transformar los hechos, situaciones o fenómenos de la educación o de la vida. Un proceso que enseña a pensar y razonar, a incentivar el criterio sano, también enseña a juzgar, es decir, a criticar, a ver la realidad de forma distinta, a aportar puntos de vista propios y a contribuir a la mejoría y transformación de la vida social. Es propio de la pedagogía moderna formar sujetos conscientes, dueños y constructores de su propio aprendizaje, con un gran sentido de responsabilidad y crítica, incluso de uno mismo y de sus actitudes
En conclusión, la crítica es parte de nuestra vida, una
realidad que por un lado nos puede sacudir y por otro nos alienta a luchar,
aunque la temamos cuando apunte hacia nuestras vidas o intereses, y nos obligue
a escudamos. Es difícil el uso correcto y honesto de la crítica, porque es
difícil aliarse con la verdad y porque no siempre estamos formados para el buen
uso de ella. No es fácil hacer una crítica así, por eso es que los charlatanes
–que se dicen a sí mismos ‘críticos’ y con el látigo en una mano y con el
hígado en la otra-, en lugar de criticar como es debido, sólo insultan. No
quieren corregir al individuo criticado para que mejore, cambie, se rectifique
o se cure, sino, buscan mancharlo, desprestigiarlo, encarcelarlo o matarlo.
Porque no han aprendido a discernir entre la obligación de construir la verdad
criticando, a destruir esa verdad insultando. Son cosas muy diferentes.
Y cuando estos criticastros se posesionan de un medio, y
desde el medio masivo lanzan veneno, bala o muerte, en lugar de incentivar en
la gente a que haga uso correcto y cotidiano de la crítica, la desmotivan, la
inhiben, la proscriben. Hay que diferenciar al sapo de la rana, o el viento de
las tempestades. Se parecen, pero no son lo mismo.
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