Necías E. Taquiri Y.
Tras “colear” durante dos horas para
pagar un servicio que determinada empresa nos prodiga, comprobamos en la
ventanilla de pagos, que la demora se debía a que la cobradora –computadora al
lado- no podía ingresar al sistema debido a unas uñas larguísimas pintadas con
el color rojo, que en cada tecleo ‘agarraba’ dos letras, y hasta tres, de
la máquina. Al darse cuenta de este hecho, a modo de justificación, la
susodicha trabajadora murmuraba casi para sí: “con uñas largas no se puede”.
“No se puede escribir”, habrá querido decir, y con razón, porque en lugar de
teclear a la velocidad deseada, más se preocupaba por evitar que se las rompan,
se incrusten o terminen por rayar la pantalla.
¡Qué gerente más descuidado el que la
ha contratado –comentamos-, por no haberse fijado en sus uñazas, que para
trabajos de esta naturaleza deben constituir una incomodidad o una tortura! La
señorita pareció percatarse de lo que dijimos, porque como fingiendo que, justo
en ese momento, le habían entrado los deseos de hacerse la pichi, haciendo una
morisqueta que rompió el tedioso aire que dominaba el ambiente, se puso de pie
y contoneándose se encaminó a servicios higiénicos (dichosos ellos que tenían
esos ‘lujos’, porque los usuarios tenemos que contenernos), castigándonos
consecuentemente con unos quince minutos más de espera.
En ese levantarse de su silla
giratoria y por la casaquita ajustada al cuerpo, adivinamos las razones
objetivas por las que la contrataron: un protuberante pectoral posiblemente
siliquinoso para deleite o distracción oftálmica de la gente, y –claro- unos
glúteos sospechosamente abultados en redondo, con los que, por supuesto, no se
escribe rápido ni se atiende mejor al que va a pagar cuentas. “No es intelectual
–pensamos-, es solamente una calabaza”.
Pero, mil disculpas, por favor, que a
esas “uñas largas” no queríamos referirnos en este comentario, sino a otro tipo
de “uñas”, también largas, enlutadas, grasientas (simbólicamente) que tienen
los ladrones, cleptómanos y corruptos. De ese tipo de personas (de uñas largas)
se dice que no garantizan el buen funcionamiento de una oficina o institución,
porque en el momento menos pensado, con cualquier fundamento, justificación o
pretexto, zas, se llevan cinco soles o un millón, hasta por las puras.
Pues, parece ser que contra esas
personas (ubicadas en puestos claves de la institución) es imposible luchar en
estos tiempos, ya que casi siempre no hay sanción administrativa ni sanción
penal, a pesar de las denuncias con sus respectivos indicios y no obstante la
repulsa popular. En consecuencia, para garantizar que actúen con limpieza,
transparencia, credibilidad y confianza, creemos que “hay que cortarlas,
cercenarlas, ‘hasta que les salga sangrecita’, por el dolor que sentirán cada
vez que quieran llevarse lo que no les pertenece”. Ahora, si la medida no
sirve, habrá que recurrir al seccionamiento del dedo o la mano. De otro modo,
nunca escarmentarán.
Todos los delitos sumarios cometidos
por los ladrones de cuello y corbata ligados al poder de turno, hasta siguiendo
un diseño, un plan, un croquis mental, terminan prescribiendo con el tiempo y
matando expectativas políticas de la población. El ladrón no es llevado a
Yanamilla, no es suspendido en su trabajo y hasta se da el desparpajo de gritar
que es inocente y de amenazar con un proceso judicial por el ‘daño’ causado a
su dignidad.
El asunto pone en crisis a la
credibilidad institucional, y como leímos por ahí, “el único modo de abordarlo
es llevarlo a tumba abierta, sin prejuicios ni tapujos”. Es un desafío difícil
pero necesario, si queremos mejorar la credibilidad: romper fuegos contra todo
tipo de encubrimientos. ¿Requiere coraje? Claro, y un proyecto de honradez. “En
caso de dudas, a la calle con los corruptos; no hay otro camino para cortar la
gangrena de la deshonestidad”.
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