Necías E. Taquiri Y.
Demostrado
está aquello que venimos sosteniendo desde que empezamos a hacer periodismo:
Ayacucho es destino turístico durante Semana Santa y los Carnavales. Es decir,
destino turístico solamente temporal. Por lo demás, si este año, durante la
Semana Santa, precisamente, tuvimos la cantidad de turistas acaso más alta de
los últimos diez años, es gracias a la campaña publicitaria realizada a nivel
nacional, utilizando el apoyo de empresas privadas y las ondas de radioemisoras
de alcance nacional y la misma televisión abierta de Lima que tiene llegada en
todo el país. Eso es algo que no podemos negar, de cara a la realidad
comprobada.
El problema está en
que ese éxito (turísticamente hablando), sin embargo espanta a nuestros
visitantes, por muchas y sobradamente explicadas razones. La gente cree
–empezando por nosotros y terminando por los turistas- que después de estas dos
fechas no somos ni “destino”, ni “atractivo” durante el resto de los meses,
tanto que –de manera irresponsable- no divulgamos nada, no invitamos, no
hacemos campaña, etc., como se hace con la Semana Santa, cuando durante los
meses de ‘estiaje’ (utilicemos el término) es que necesitamos hacer conocer
nuestros atractivos.
Por esa
irresponsabilidad de autoridades, comunicadores, comerciantes y ayacuchanos en
general, es que los conductores de hoteles, propietarios de restaurantes, los
empresarios de transporte y hasta los vendedores de dulces de algodón, aguzan
al máximo sus habilidades mercantilistas para sacar provecho de la demanda con
precios de locura, como confirmando que pasada la Semana Santa y después de los
carnavales, ‘patearán latas’ durante todo el año.
De acuerdo a los
estudiosos del tema, hay dos descuidos que se repiten año tras año. El primero,
consistente en la creencia de que no tenemos más atractivos que esas dos
fechas, en realidad por desconocimiento, ya que nuestras provincias están
plagadas de ruinas pre-hispánicas e hispánicas que, puestos en valor o
comunicados oportunamente, podrían tenernos ocupados atendiendo a turistas de
enero a diciembre; y segundo, que las mentes ilustres de nuestras instituciones
que promovieron Semana Santa, se apagan de pronto y no se esfuerzan por
difundir que en Ayacucho, en la pampa que lleva su nombre, se selló la
Independencia de América; que en Pikimachay y Luricocha se desarrollaron las
civilizaciones más antiguas del Perú; que en Vilcashuamán existen ruinas
maravillosas, los bosques de Raymondi; que en Sacsamarca se halla el
Pachapupun, que tenemos cien y uno lugares para el turismo vivencial, etc.
De acuerdo a cómo nos
explicaba un estudioso de Ayacucho, nuestra región tiene igual o mayor número
de atractivos turísticos que lamentablemente no se difunden. Entonces, los
turistas, que además tienen una serie de conceptos acerca de los destinos
turísticos, creen que después de estas dos fechas, Ayacucho es un desierto, y
encima, un desierto con senderistas al acecho por doquier lugar. Hasta la
declaratoria de emergencia en algunas de las provincias de Ayacucho, se presta
para alimentar esa imagen negativa. Aparte, claro, de la inseguridad de sus carreteras
por el sistemático y raros robos que se registran con relativa frecuencia.
En consecuencia, no es
la Semana Santa y el Carnaval lo que hay que difundir, con sus spots,
lanzamientos y demás recursos, sino los otros meses del año, con la finalidad de
mantener activos todos los giros de negocios que ofrece nuestra región, y para
evitar que cuatro papagayos, un chiwaku y siete akatanqay ‘asalten’ a los que
nos visitan en estas fiestas. Mientras tanto, ese taxista que cobró 15 soles
por una carrera dentro de la ciudad, o 200 soles de aquí a Huanta, el
mototaxista que no bajó de 2 soles por unas cuantas cuadras de recorrido, el
hotelero que se despachó con cientos de soles por una noche, y en fin hasta el
picantero que se licenció por cobrar 20 soles por un plato, todos ellos juntos,
o por separado, que se vayan al diablo, porque están untando el dogal que les
aprieta el cuello del desarrollo y puede terminar por ahorcarlos.
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