IMAGEN : http://elrincondelosrecuerdos.wordpress.com/2011/01/19/jose-maria-arguedas-narrativa-y-canto/
Del retablo profano al mercantil
Retablos. Arguedas traza diferencias notables entre los retablos de Joaquín López (convierte lo sagrado en profano) y de Jesús Urbano
(los desliga de su tradición).
Por: José María Arguedas*
Publicado en "El Dominical" / 9 de Enero del 2011
El retablo fue descubierto hacia 1937. Hasta entonces fue, o mejor, había sido, sagrado, de uso exclusivo de indios y mestizos. Se llamaba y sigue llamándose aún “San Marcos”. Los propios señores, la aristocracia de Huamanga, lo desconocían y, en Lucanas, que en esa época estaba a seis días a caballo de Huamanga, lo compraban los pastores y eran motivo de curiosidad un tanto respetuosa por la clase señorial, porque si bien se trataba de cosas de indios, al fin y al cabo era un altarcito [...].
El retablo o “San Marcos” era modelado por los “escúltor” de Huamanga para que presidiera la fiesta de marcación del ganado en toda el área de influencia indo-hispánica de la ciudad: el departamento de Ayacucho y parte de Huancavelica y Apurímac.
La fiesta de marcación es una de las ocasiones en que el indio rinde culto a sus dioses locales: los wamanis. El Wamani es el dios de la montaña que ofrece al hombre el agua y su protección al ganado. Según el mito poshispánico de Puquio, los wamanis fueron creados por Inkarrí que formó al hombre e hizo aparecer todo cuanto existe. Los ritos de marcación del ganado son prehispánicos, están regidos minuciosamente por una pauta que sería largo y aunque oportuno exponer. Ofrecemos una síntesis del que rige en área de Huamanga: el ganado bravo es conducido al gran corral (cancha) mediante la influencia mágica de una melodía antiquísima que dos indios tocan en wak’rapukus. El ganado salvaje (ork’ osuyo) se enfurece más en el corral, pero es amansado por grandes chorros de ak’ un, agua de un manantial mágico que tiene el sabor del vino, del aguardiente y de la chicha, mezclados. Sobre el gran muro de la cancha se levanta un pequeño altar de paja: allí colocan al “San Marcos” que “preside” la fiesta y el rito.
***
El “San Marcos” como objeto sagrado que era no podía ser alterado en su composición. Tenía dos pisos. En el alto se colocaba a los patrones del ganado; ocupaba el centro, San Marcos, patrón del vacuno, o Santiago. En el piso inferior se representaba una escena de la marcación: el dueño del ganado, pluma en mano, sentado frente a una mesa, tomando cuentas, al costado al pastor al cual azotan por las pérdidas de ganado que no supo evitar durante el año, y una “reunión del campo, de todos los animalitos”, como suele decir Joaquín López. El cóndor aparecía en el cielo del piso alto o del bajo. La ornamentación o pintura de las puertas del retablo seguía un estilo característico en que las flores constituyen el motivo principal.
De lo religioso a lo profano
Cuando los pintores indigenistas redescubrieron el retablo, sugirieron al más inspirado de los tres “escúltor” que aún seguían practicando el oficio, don Joaquín López, que variara algo la composición del “San Marcos”. Y don Joaquín se atrevió a hacerlo. Pero no secularizó de inmediato el objeto sagrado. Sustituyó a los patrones por otras escenas religiosas, nacimientos, procesiones, cristos. Luego de un proceso, en el que la composición religiosa casi automática de un modelo que, por sagrado, no podía ser alterado, es sustituido por la meditación lenta y armoniosamente conducida hacia la creación profana, don Joaquín fue avanzando revolucionariamente en su audacia transformadora, y concluyó por hacer retablos de un solo piso como los ya clásicos que representan la cárcel de Huancavelica, la pelea de gallos, la corrida de toros, etc., de la colección de Alicia Bustamante.
***
Tal proceso y audacia se hicieron posibles por la conquista del retablo sobre el mercado urbano, por la creciente y luego francamente exitosa demanda de los intermediarios, mestizos primero y hasta extranjeros hoy. El reconocimiento del retablo, la transformación del “San Marcos” estereotipado, por el prodigioso mundo del retablo profano fue obra de don Joaquín López; él no solamente quiso hacerlo sino que pudo hacerlo, y de tal manera, que realizó el milagro artístico de que en tan pródiga transformación la obra no solamente no perdió su valor artístico sino que fue convirtiéndose además en una pieza documental etnográfica. ¿Cómo se hizo posible salvar tan peligroso trance? Porque don Joaquín es sobre todas las cosas un artista que cree en Dios y en los wamanis al mismo tiempo. […]
En ese sentido y contemplando los “nuevos” retablos de Urbano Rojas nos entristece considerar que quizá don Joaquín es el último mensajero del retablo profano iluminado de magia y que con Urbano comienza el retablo espectacular, informe sin unidad interna, dócil producto del hombre ansioso de ganar únicamente el mercado por cualquier medio; el retablero al servicio del mercado, descarnado de fuentes antiquísimas e insondables de las que nació el San Marcos y el retablo moderno.
Urbano Rojas ya no tiene sino el oficio, ya no maneja sino la forma que frecuentemente aparece marcada por el extraviado gusto de quien carece de normas interiores propias, de quien está no ya iluminado por la tradición sino ni siquiera verdaderamente vinculado a ella.
[*] El Dominical, 30 de diciembre de 1962. Fragmento.
Publicado en "El Dominical" / 9 de Enero del 2011
El retablo fue descubierto hacia 1937. Hasta entonces fue, o mejor, había sido, sagrado, de uso exclusivo de indios y mestizos. Se llamaba y sigue llamándose aún “San Marcos”. Los propios señores, la aristocracia de Huamanga, lo desconocían y, en Lucanas, que en esa época estaba a seis días a caballo de Huamanga, lo compraban los pastores y eran motivo de curiosidad un tanto respetuosa por la clase señorial, porque si bien se trataba de cosas de indios, al fin y al cabo era un altarcito [...].
El retablo o “San Marcos” era modelado por los “escúltor” de Huamanga para que presidiera la fiesta de marcación del ganado en toda el área de influencia indo-hispánica de la ciudad: el departamento de Ayacucho y parte de Huancavelica y Apurímac.
La fiesta de marcación es una de las ocasiones en que el indio rinde culto a sus dioses locales: los wamanis. El Wamani es el dios de la montaña que ofrece al hombre el agua y su protección al ganado. Según el mito poshispánico de Puquio, los wamanis fueron creados por Inkarrí que formó al hombre e hizo aparecer todo cuanto existe. Los ritos de marcación del ganado son prehispánicos, están regidos minuciosamente por una pauta que sería largo y aunque oportuno exponer. Ofrecemos una síntesis del que rige en área de Huamanga: el ganado bravo es conducido al gran corral (cancha) mediante la influencia mágica de una melodía antiquísima que dos indios tocan en wak’rapukus. El ganado salvaje (ork’ osuyo) se enfurece más en el corral, pero es amansado por grandes chorros de ak’ un, agua de un manantial mágico que tiene el sabor del vino, del aguardiente y de la chicha, mezclados. Sobre el gran muro de la cancha se levanta un pequeño altar de paja: allí colocan al “San Marcos” que “preside” la fiesta y el rito.
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El “San Marcos” como objeto sagrado que era no podía ser alterado en su composición. Tenía dos pisos. En el alto se colocaba a los patrones del ganado; ocupaba el centro, San Marcos, patrón del vacuno, o Santiago. En el piso inferior se representaba una escena de la marcación: el dueño del ganado, pluma en mano, sentado frente a una mesa, tomando cuentas, al costado al pastor al cual azotan por las pérdidas de ganado que no supo evitar durante el año, y una “reunión del campo, de todos los animalitos”, como suele decir Joaquín López. El cóndor aparecía en el cielo del piso alto o del bajo. La ornamentación o pintura de las puertas del retablo seguía un estilo característico en que las flores constituyen el motivo principal.
De lo religioso a lo profano
Cuando los pintores indigenistas redescubrieron el retablo, sugirieron al más inspirado de los tres “escúltor” que aún seguían practicando el oficio, don Joaquín López, que variara algo la composición del “San Marcos”. Y don Joaquín se atrevió a hacerlo. Pero no secularizó de inmediato el objeto sagrado. Sustituyó a los patrones por otras escenas religiosas, nacimientos, procesiones, cristos. Luego de un proceso, en el que la composición religiosa casi automática de un modelo que, por sagrado, no podía ser alterado, es sustituido por la meditación lenta y armoniosamente conducida hacia la creación profana, don Joaquín fue avanzando revolucionariamente en su audacia transformadora, y concluyó por hacer retablos de un solo piso como los ya clásicos que representan la cárcel de Huancavelica, la pelea de gallos, la corrida de toros, etc., de la colección de Alicia Bustamante.
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Tal proceso y audacia se hicieron posibles por la conquista del retablo sobre el mercado urbano, por la creciente y luego francamente exitosa demanda de los intermediarios, mestizos primero y hasta extranjeros hoy. El reconocimiento del retablo, la transformación del “San Marcos” estereotipado, por el prodigioso mundo del retablo profano fue obra de don Joaquín López; él no solamente quiso hacerlo sino que pudo hacerlo, y de tal manera, que realizó el milagro artístico de que en tan pródiga transformación la obra no solamente no perdió su valor artístico sino que fue convirtiéndose además en una pieza documental etnográfica. ¿Cómo se hizo posible salvar tan peligroso trance? Porque don Joaquín es sobre todas las cosas un artista que cree en Dios y en los wamanis al mismo tiempo. […]
En ese sentido y contemplando los “nuevos” retablos de Urbano Rojas nos entristece considerar que quizá don Joaquín es el último mensajero del retablo profano iluminado de magia y que con Urbano comienza el retablo espectacular, informe sin unidad interna, dócil producto del hombre ansioso de ganar únicamente el mercado por cualquier medio; el retablero al servicio del mercado, descarnado de fuentes antiquísimas e insondables de las que nació el San Marcos y el retablo moderno.
Urbano Rojas ya no tiene sino el oficio, ya no maneja sino la forma que frecuentemente aparece marcada por el extraviado gusto de quien carece de normas interiores propias, de quien está no ya iluminado por la tradición sino ni siquiera verdaderamente vinculado a ella.
[*] El Dominical, 30 de diciembre de 1962. Fragmento.
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