Siempre del Plan Ayacucho , el siguiente artículo:
Población organizada quiere salir adelante con su esfuerzo
En las próximas dos semanas le mostraremos los matices sociales que hemos encontrado en Ayacucho, un pueblo que aún muestra las heridas del terror pero que busca levantarse. El Comercio asume así su función social y da a conocer las necesidades de esta población.
Estamos en una de las muchas cabinas de Internet que hay en Huamanga. Las demás que hemos visitado estaban ocupadas y con gran fortuna he alcanzado una máquina. Alrededor, casi dos decenas de jóvenes buscan información sobre danzas en la red. Son estudiantes de baile y buscan darle sustento escrito a su arte.
Ayer por la noche, mientras conversábamos con una empresaria de la región, un sinnúmero de grupos folclóricos mostraba su destreza ante lugareños y algunos foráneos, en la reconstruida casona San Cristóbal que ahora ha resucitado gracias a una serie de pujantes negocios que atienden con gran amabilidad. Horas antes nos enteramos de que miles de mujeres son o están en proceso de convertirse en pequeñas empresarias gracias a un novedoso sistema de crédito que desarrollan algunas organizaciones no gubernamentales.
Para serles sinceros, pensamos encontrar una Huamanga destruida, triste y temerosa que aún mascullaba su dolor de dos décadas de terror. Al llegar a la ciudad, el estado de la carretera comenzaba a darnos la razón. Las calles polvorientas y vacías reafirmaban ese concepto, pero poco tiempo después una bulliciosa multitud salió a las calles e iba de un lado a otro, así como los vehículos y las camionetas.
Esta es la nueva Huamanga, donde la gente vive y trabaja para desarrollarse y que quiere mostrarse como una ciudad atractiva que no solamente vive en Semana Santa, sino que respira todos los días y no espera que el desarrollo le llegue embalada como donación, sino que busca lograrlo con sus propias fuerzas.
Sin embargo, todo este esfuerzo lucha por no ahogarse en medio de la pobreza del 80% de la población de este departamento. Los cinturones de pobreza que creó el terror alrededor de la ciudad capital, y que albergan a unas ocho mil familias desplazadas, siguen allí y muchos de sus habitantes aún sufren los estragos de la época oscura. En la zona rural la situación es más difícil, pues la mayoría de habitantes son pobres, no tienen educación y viven el día a día con incertidumbre.
Otra de las amenazas para el desarrollo es el desánimo. "Nuestra sociedad está enferma", nos dice la doctora Clelia Gálvez. Para ella, el desánimo y la falta de confianza en las autoridades son los principales motivos para que muchos ayacuchanos sientan que no tienen oportunidades.
"Además, tienen la autoestima baja y nadie hace nada por levantársela". Esta visión es compartida de cierta manera por Eda Vega Oré, de la Comisión de Derechos Humanos de Ayacucho. Ella agrega que la falta de confianza en sus autoridades se transforma en miedo hacia instituciones como el Ejército y la Policía Nacional, las cuales aún no logran reconciliarse con la sociedad civil.
El tercer enemigo del desarrollo de Ayacucho es sin duda el asistencialismo. El Estado y muchas organizaciones no gubernamentales durante muchos años han equivocado el camino y han convertido a muchos ayacuchanos en dependientes de la donación, frustrando así el natural interés de desarrollo de cada ser humano.
Otro de los males que sufre Ayacucho es la falta de infraestructura. Sin duda, todas las provincias de Ayacucho tienen mucho que dar al resto del Perú y el mundo, pero con solo el 8% de sus carreteras asfaltadas es muy poco lo que puede hacerse. Esta carencia de vías de comunicación impide, por ejemplo, comunicar a Huamanga con los pueblos del sur. Aunque no lo crea, quien quiere ir a Páucar del Sara Sara tiene que ir primero hacia la costa y luego recién emprender el viaje. Como comprenderá, todo esfuerzo de hacer empresa no encuentra por dónde caminar.
Para monseñor Luis Sebastiani Aguirre, arzobispo de Ayacucho, la destrucción de la familia, la falta de educación y la pérdida de valores son la traba para el desarrollo ayacuchano. Lo peligroso de la situación es que esa pérdida de horizonte sirve como caldo de cultivo para la violencia, que ahora se muestra en las aproximadamente cien pandillas juveniles que se mueven en los alrededores de la capital.
Así vemos Ayacucho, una vasta región en donde un grupo de ayacuchanos del campo y la ciudad ha encontrado el camino real para vencer la violencia que ahora se nutre del narcotráfico, pero que espera lograr el compromiso de todos los peruanos para salir adelante.
Como bien lo señaló el gran mariscal Andrés Avelino Cáceres: "Queda demostrado que los pueblos con sus propias acciones son factores de su prosperidad o de su hundimiento". En ese caso, nos toca a todos los peruanos no dejar solos a los ayacuchanos, pues somos una sola nación.
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